En El libro de los americanos sin nombre, Cristina Henríquez
da voz a millones de personas, mientras cuenta la historia entre un panameño y
una mexicana que comparten el drama de ser inmigrantes, lleno de obstáculos
relacionados con el lenguaje, la raza y la cultura, donde el amor pretende
vencer a la violencia.
Este libro habla de todos aquellos americanos invisibles,
condenados a ser camellos, ladrones, mucamas, cachifas y prostitutas. Cuenta diversas historias dentro de los
apartamentos Redwood, concentrándose en los latinos que viven allí y cómo
llegaron hasta ahí. Con papeles, sin papeles. Con destinos claros, confusos.
Buscando una oportunidad. Parece que EEUU no puede vivir sin ellos, pues son
quienes hacen lo que nadie quiere y, aunque no hayan nacido allí, se convierte
en su nación.
Henríquez retrata los obstáculos que se sufren al mudarse a
un país donde nadie comparte ni tu cultura, ni tus tradiciones, ni tu lenguaje.
Refleja ese choque cultural y el cambio de costumbres que acaba contigo cuando
estás lejos de las raíces a las que tanto te aferras. Sin caer en clichés
innecesarios, describe los problemas de nuestra cultura, la discriminación a
nosotros mismos, dejando la esperanza de darle una voz a la comunidad latina de
inmigrantes.
Venezuela es más que Chávez. Colombia es más que la droga.
México es más que la corrupción. Latinoamérica es más que sus problemas. Y eso
ha quedado reflejado en esta novela. Partiendo de la promesa del sueño
americano, la autora presenta a aquellos individuos excluidos con hostilidad de
la sociedad que ellos mismos construyen, cuya identidad es negada y que son
nombrados y tomados en cuenta en este maravilloso libro.
“Nosotros somos los americanos sin nombre, los ignorados, aquéllos a quienes
nadie quiere entender porque les han dicho que deben tenernos miedo y puede que
si se tomaran el tiempo suficiente como para conocernos, se darían cuenta de
que no estamos tan mal, tal vez incluso de que somos iguales que ellos. ¿Y a
quién odiarían entonces?”.
Con un pasado a kilómetros de distancia,
los personajes de El libro de los americanos sin nombre cantan una misma
historia con diferentes voces, que construye un mosaico de perspectivas que
giran alrededor de la lucha, el sacrificio, la esperanza y el desasosiego que
trae consigo el partir de tu patria para adoptar una nueva, donde lo único
importante es tener una compañía que lo haga más llevadero, pues no es el
dónde, sino el con quién.
Con una narrativa que se inmiscuye en
regionalismos propios de diversos países latinoamericanos, Cristina Henríquez
construye con facilidad una novela que nos obliga a mirar, además, las particularidades
de cada comunidad y las particularidades que los marcan y les permiten
enfrentar su nuevo hogar. Con ternura y delicadeza, la autora hace de El libro
de los americanos sin nombre una historia corta, pero fructífera, que no deja
indiferente a nadie, pues en nuestra realidad como continente, todos conocemos
a alguien que ha tenido que partir.
En definitiva, un libro que representa la
voz de todos los que han partido persiguiendo un destino que se les presenta distinto
al que esperaban, pero que aún así los impulsó a salir adelante, intentando
establecer su vida, dejando de lado al país que los obliga a escaparse, aprendiendo
a rehacer su vida dejando de lado la esperanza del sueño americano que se
derrumba al abrir los ojos. Entre la nostalgia y el deseo de la felicidad, los
personajes de este libro muestran cómo haberlo perdido todo en la vida es la
única manera de aprender a vivir, haciendo propio a otro hogar que te obliga a
tener dos patrias, manteniendo la ilusión frente a la vida. De nosotros depende
derribar las fronteras. Y ojalá no me muera sin haberlo visto.
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