Nunca había leído a un costarriqueño. Me he
dado a la tarea de encontrar por lo menos un libro que provenga de un autor que
haya nacido en un país latinoamericano. Tras mucho buscar, me topé con Coronel
lágrimas, publicado por mi querida Anagrama y al ver que se trataba de una
historia que buscaba, valga la redundancia, cifrar la historia, supe que su
lectura era indispensable.
Un anciano ermitaño se ha refugiado en los
Pirineos para escribir la historia universal en clave íntima. Así, la historia se basa en el trazado de este
secreto vital y la obsesión del protagonista por reducir el mundo en unas cuantas y pequeñas
cosas. De esta manera, Coronel lágrimas se convierte en una ambiciosa novela
que combina la enigmática vida del personaje con la historia política del
siglo XX, que va desde Rusia y España, hasta México y las más lejanas islas
caribeñas, abordadas por un hombre que va más allá de su tiempo, en una “sociedad
condenada al capricho informático”.
Rara, Coronel lágrimas es una novela
rara, extravagante. Incluso, de esas que amerita más de una lectura, pues mediante
ecuaciones, el escritor arma la historia, con el fin de demostrar las formas en las que ciframos
nuestras pasiones, transformando sus (nuestros) miedos en escritura. Mediante
la Guerra Civil española, el México de los 20, la Segunda Guerra Mundial, lo
ocurrido con Vietnam y un sinfín de cuestiones históricas más, Fonseca hace un
recorrido metafórico por la conciencia del siglo pasado, marcado por el
sinsentido, la ambivalencia entre recordar y olvidar, la
presencia constante del pasado y la configuración de la historia.
Con 28 años (para
cuando se publicaba el libro), Fonseca hace de Coronel lágrimas un relato
perturbador y absorbente. Crea imágenes preciosas y cuenta historias por y para
nosotros, que logran mostrar, como si fuera una película, para qué sirve la literatura, concluyendo que se estructura para entendernos como seres humanos, con el fin de creer, crecer y comprender el mundo. El escritor se vale de espejismos y de una escritura bellísima, compleja, llena de metáforas, para hacer de Coronel lágrimas un libro que no puede pasar desapercibido.
El autor une la miseria
cotidiana y los grandes acontecimientos históricos con números y precisión
matemática, ofreciendo mil y un caminos para la reflexión crítica y
creativa. Su novela es un fascinante
laberinto sin salida, donde somos piezas de un rompecabezas, que arma a un
coronel romántico, melancólico y nostálgico que vive y ve de nuevo todo lo ocurrido, prescindiendo
de lo obvio y lo mundano.
"Existe
una belleza que consiste en dejarse enredar por la vida y seguirla hasta sus
últimas consecuencias”, dice el coronel que ve hacia atrás intentando entender
lo que ha pasado. Sin embargo, su vida es un completo enigma, pues todo lo que
se puede decir de ella son datos históricos, lo cual abre un abanico de
interpretaciones sobre el significado del libro. Aún así, logra cerrar con una
fórmula armoniosa que demuestra que, aunque todo cambia, los datos permanecen ahí,
pues el coronel podrá olvidarlo todo…. Pero nunca la ecuación que representa
ese todo. En consecuencia, su novela se configura en una especie de delirio, en una propuesta
arriesgada que reivindica a ese lector crítico que ha quedado en el olvido y
que en Coronel Lágrimas necesita unir cabos para construir el sentido mientras lee.
Por
ello, los lectores de una novela como Coronel lágrima solo será aquellos
dispuestos a enfrentarse a algo fuera de lo común. En definitiva, un libro
único para lectores únicos, que me ha dejado sin palabras y que se va a mis
favoritos de este año.
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