En Oficio de tinieblas,
Rosario Castellanos transcribe los acontecimientos históricos ocurridos en
Chiapas durante su niñez en los años 30, mientras que explora la lucha de la
mujer mexicana por independizarse de la opresión y el machismo de los hombres que
la rodeaban. A través de múltiples hilos, que enlazan las historias de Leonardo
y su mujer Isabel, la de Fernando, un luchador por la reforma agraria y la de
Catalina, una mujer maya que cría al hijo bastardo de Leonardo, fruto de una violación. la autora logra dotar a la obra
de una gran riqueza histórica, realizando un ensayo sobre la compleja relación
entre víctima y verdugo, capturando así las ambigüedades que subyacen en las
luchas por el poder.
La obra parte de un
hecho real, ocurrido en 1867 en Chiapas, donde los indios chamulas se
levantaron y, como producto de su rebelión, quedó un niño crucificado que
llamaron el Cristo indígena. “Por ese momento, y por ese hecho, los chamulas se
sintieron iguales a los blancos”, afirma Castellanos, que construye su novela a
partir de entrevistas personajes, haciendo de Oficio de tinieblas un calvario,
llevado con la sensibilidad de su pluma y un profundo conocimiento de la
historia y sus protagonistas; que le permite trasladar el episodio a una época
que la marcó: el México de Lázaro Cárdenas; logrando mantener al lector en expectativa,
ya que penetra en la intimidad de cada uno de los personajes, siendo testigo
omnisciente del desgarrador relato del que forman parte.
El mundo que se construye en Oficio de tinieblas, desarrollan ampliamente la naturaleza de las relaciones indio-ladino, explorando todos los confines del espectro socio-cultural tomando en cuenta los factores de clase y culturales, recreando y reinventando la historia, en dos planos temporales que sintetizan la rebelión india, creando un nuevo mito, entrecruzándose y contaminándose, mostrando que las relaciones sociales siempre tienen que ver con las otras, bajo una idea indígena sobre la circularidad del tiempo.
Así, coloca dos
mundos yuxtapuestos. En uno, un caudillo somete a su esposa y viola a indias;
en otro, los indios sobreviven a la más extrema pobreza, ante los blancos que
los menosprecian y desacralizan, dentro de una especie de iceberg, donde los
únicos capaces de desentrañar por completo el mensaje de la lucha por la
dominación y la tregua son los lectores.
Bajo un significado
simbólico, Castellanos coloca a la fatalidad y la culpa en la misma incidencia,
hasta que se produce el estallido de lo que estaba reprimido, a través de un
enfoque hecho mediante las lenguas y la mentalidad india, que le permite utilizar a la palabra como un ente cargado de
significados sociales y cosmovisiones encontradas en los hablantes, donde la
violencia forma parte de sí, es su producto y su opuesto, que estalla cuando se
oculta y se deforma.
Presenta la opresión,
que provoca desigualdad y degradación, con una metáfora en la incomunicación,
donde el silencio es un presagio de la violencia, que refleja de la manera más
compleja y detallada posible, pues no nace sólo por adquirir poderes
terrenales, sino que se enfrentan dos cosmovisiones distintas, con lenguajes contrastantes,
fuerzas disparejas, entre el cielo y la tierra, dentro de una comunidad
sedienta de esperanza, que vive bajo la sombra de la derrota de sus dioses, en
un choque de culturas, que estalla cuando ni la palabra ni el lenguaje resultan
eficaces, abriendo pase al horror de la violencia, que arrasa con el mundo.
Así, la autora expone
magistralmente los dobleces del lenguaje por y para la dominación; “todo se
concilia cuando se persiguen metas comunes: la justicia, el orden, la paz”,
agrega, alzando su voz contra lo que le indigna y percibiendo, examinando y
exponiendo los estrechos vínculos entre el habla y la violencia. En definitiva,
en Oficio de tinieblas, Rosario Castellanos enlaza voces diversas y construye
una historia magnífica, que transmuta los hechos en ficciones. Nada más que
decir. A leer se ha dicho.
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