Al compás de las olas de la playa, la novela
presenta seis soliloquios interiores, hechos por Bernard, Susan, Rhoda,
Neville, Jinny y Louis, discrepantes, aislados, a modo de coloquio, en los que
se formulan seis vidas múltiples y dispares, unidos a través de una tercera
persona que va detallando una escena costera en varias etapas de un día, desde
el amanecer hasta la puesta de sol, que le permiten a la autora reflexionar sobre
la familia, la educación, el patriarcado, la propiedad privada, el arte y la
literatura.
Woolf explora conceptos de individualidad, el
yo y la comunidad. Cada personaje es individual, pero juntos componen una
imagen sobre una conciencia central y colectiva. Bernard es un narrador,
buscando siempre una frase apta (EM Foster); Louis es un extraño, que busca la
aceptación y el éxito (TS Eliot); Neville desea el amor (Lytton Strachery);
Jinny es una persona social, cuya belleza física le abre las puertas a ciertas
cosas; Susan huye de la ciudad, prefiriendo al campo, donde reflexiona sobre la
maternidad; y Rhoda está abrumada por la ansiedad de sus inseguridades, siempre
rechazando el compromiso humano, buscando la soledad.
Por otro lado, presenta a Percival, que surge
como un símbolo de la muerte, que es un tema recurrente sobre el cual gira la
novela. La vida sin sentido, el pesimismo existencialista de la autora y la
crítica a la sociedad inglesa, se ven reflejados a través de este personaje. “Y
en mí también la marea sube. La ola se hincha: arquea el dorso. Una vez más,
siento nacer en mí un nuevo deseo: algo se alza debajo de mí como el fiero
caballo al que su jinete aprieta las espuelas y retiene enseguida. ¡Oh, tú, mi
montura, ¿cuál es el enemigo que percibimos avanzando hacia nosotros, en este
momento en que golpeas con tu herradura el pavimento de las calles? Es la
Muerte. La Muerte es nuestro enemigo. Y al encuentro de la Muerte cabalgo
blandiendo la espada, con mis cabellos flotando al viento como los de un joven,
como flotaban al viento los cabellos de Percival cuando galopaba en la India. Hincando
las espuelas contra los flancos de mi caballo, invencido, indomado, me
precipito a tu encuentro, ¡oh Muerte!…
Y las olas se quebraron sobre la orilla”, expresa.
Y las olas se quebraron sobre la orilla”, expresa.
A modo de corriente,
que va y vuelve mientras las voces se expresan, se construyen nueve olas, a
modo de interludio, que merecen ser leídas con calma y detenimiento. Comienza
con una velocidad narrativa vertiginosa, donde la conciencia interactúa de
manera constante, hasta apagarse, construyendo un símbolo de la agitación de la
juventud a la apatía de la vejez que hay que disfrutar con tiempo y sin apuros.
Entre muchas otras cosas, Las olas es una oda a la vida, a ese vaivén eterno en
el que nos encontramos y que Woolf expresa a través de este compendio de
personajes.
La excepcionalidad de
esta novela se halla en su tratamiento estilístico, lleno del modernismo más
rompedor, que apuesta por la introspección psicológica de los personajes. Cada
uno de los monólogos es único y soberbio, gracias al matiz onírico y
surrealista que la escritora introduce. Woolf ahonda en sus personajes con el
objetivo de revelar sus más íntimos pensamientos, buscando la fragmentación más
lírica de nuestras ideas, dotando de color a esos diálogos interiores.
En definitiva, Las
olas es un libro precioso y desolador, en el que Virginia Woolf da vida a sus
personajes y, tal y como Bernard afirma “las acciones son precisas y
proporcionan mucha información, pero nada dicen acerca de las personas que las
ejecutan”. La escritora se centra en la poesía de las ideas y de la memoria,
siendo esto lo que hace de su octava novela un retrato verosímil, doloroso y
veraz.
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