El pasajero de Truman, Francisco Suniaga.


“Mientras más me iba formando y adquiriendo conocimientos, más ignorantes e incapaces me parecían quienes en mi país, quienes desconociendo como se mueve el mundo, ejercían gobierno”.

Una mañana en 194, un hombre comenzó a reclamar sin motivo que su ropa había desaparecido. Estaba perdiendo la razón, pero no se trataba de un huésped cualquiera, sino de Diógenes Escalante, el candidato que apostaba al regreso de la democracia. A partir de ahí, Suniaga construye la metamorfosis de un país, lleno de peligros y ambiciones que aspira a encontrar la esperanza.
“En el fondo, Venezuela nunca ha cambiado ni cambiará. Se hizo de prisa, se independizo de prisa y ahora hay quienes tienen prisa por sacarla del atraso”, dice el escritor,  realizando un maravilloso ejercicio de literatura, historia y política, que le permite narrar muy elegantemente un momento crucial de la historia venezolana, del que se habla poco y que se ha olvidado con el tiempo. Logra establecer paralelismos entre lo que ha ocurrido a lo largo de la historia y lo que pasa en la Venezuela de hoy, recordándonos que hay demonios políticos de los que no logramos deshacernos.

En tres voces, con personajes ficticios basados en sujetos históricos, el escritor hace un análisis sobre Venezuela cercano a la verdad, describiendo gobiernos y sociedades de mitad del siglo XX que parecen tomados de nuestra realidad. Los venezolanos no hemos sido realmente educados y no logramos evolucionar, repitiendo una y otra vez errores anteriores que nos mantienen en el atraso. Diógenes Escalante quería convertir a nuestro país en una potencia, sin embargo, no lo logró, ¿acaso no nos lo merecíamos? He ahí el dilema.

Con El pasajero de Truman, he podido reiterar porqué la educación es el principal de nuestros errores. Yo, que espero formarme para ser docente, veo con preocupación el poco interés hacia nuestra historia, dejando de lado aquello que nos ha transformado como país, borrando nuestros momentos relevantes y dejando vacíos para abrir paso a una ideología que apuesta por la ignorancia. He de confesar que he llorado, pues me parece casi increíble que aún sigamos rodeados de tanta injusticia, ver que seguimos siendo los mismos, desinteresados y amantes de lo fácil. "De nada sirven las leyes si no hay instituciones, Humberto, y con eso no me refiero a que existan nominalmente o que se construyan grandes edificios sedes. La institucionalidad la lleva la gente en la cabeza".

Venezuela es un país complejo y complicado, que  ha sido forjado a golpes de hacha y machete, cortando con una misma tijera a todos nuestros autócratas desde la Independencia. Somos un largo y doloroso enredo, con fallas graves en política, pues todos se pelean para llegar al mandato, sin pensar en los ciudadanos, a pesar de “apostar” por el pueblo. En el fondo, no hemos cambiado, pero ¿seremos capaces de hacerlo? Fuimos hechos de prisa y ahora queremos salir con prisa de este atraso, arrastrando esa mala praxis llamada “viveza criolla”.


Con una prosa elegante, sencilla y reflexiva, que se pasea por el hablar del venezolano de antaño, la novela  aborda a ese candidato que nunca se llegó a ser presidente y que se convirtió entonces en El pasajero de Truman. En definitiva, Suniaga reflexiona sobre un país preso del bochinche, la mediocridad y la irresponsabilidad, recordándonos que el orden sólo es posible bajo la democracia civil. Muestra una parte de nuestra historia que merece ser conocida, logrando recordar poco a poco lo poco que hemos avanzado y cómo hemos llegado a donde estamos. Imprescindible.

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