“Mientras más me iba formando y adquiriendo conocimientos, más ignorantes e
incapaces me parecían quienes en mi país, quienes desconociendo como se mueve
el mundo, ejercían gobierno”.
Una mañana en 194, un hombre comenzó a reclamar sin motivo
que su ropa había desaparecido. Estaba perdiendo la razón, pero no se trataba
de un huésped cualquiera, sino de Diógenes Escalante, el candidato que apostaba
al regreso de la democracia. A partir de ahí, Suniaga construye la metamorfosis
de un país, lleno de peligros y ambiciones que aspira a encontrar la esperanza.
“En el fondo, Venezuela nunca ha cambiado ni cambiará. Se hizo de
prisa, se independizo de prisa y ahora hay quienes tienen prisa por sacarla del
atraso”, dice el escritor, realizando un
maravilloso ejercicio de literatura, historia y política, que le permite narrar
muy elegantemente un momento crucial de la historia venezolana, del que se
habla poco y que se ha olvidado con el tiempo. Logra establecer paralelismos
entre lo que ha ocurrido a lo largo de la historia y lo que pasa en la
Venezuela de hoy, recordándonos que hay demonios políticos de los que no
logramos deshacernos.
En tres voces, con personajes ficticios basados en sujetos históricos,
el escritor hace un análisis sobre Venezuela cercano a la verdad, describiendo
gobiernos y sociedades de mitad del siglo XX que parecen tomados de nuestra
realidad. Los venezolanos no hemos sido realmente educados y no logramos
evolucionar, repitiendo una y otra vez errores anteriores que nos mantienen en
el atraso. Diógenes Escalante quería convertir a nuestro país en una potencia,
sin embargo, no lo logró, ¿acaso no nos lo merecíamos? He ahí el dilema.
Con El pasajero de Truman, he podido reiterar porqué la educación es el
principal de nuestros errores. Yo, que espero formarme para ser docente, veo
con preocupación el poco interés hacia nuestra historia, dejando de lado
aquello que nos ha transformado como país, borrando nuestros momentos
relevantes y dejando vacíos para abrir paso a una ideología que apuesta por la
ignorancia. He de confesar que he llorado, pues me parece casi increíble que
aún sigamos rodeados de tanta injusticia, ver que seguimos siendo los mismos,
desinteresados y amantes de lo fácil. "De nada sirven las leyes si
no hay instituciones, Humberto, y con eso no me refiero a que existan
nominalmente o que se construyan grandes edificios sedes. La institucionalidad
la lleva la gente en la cabeza".
Venezuela es un país complejo
y complicado, que ha sido forjado a
golpes de hacha y machete, cortando con una misma tijera a todos nuestros
autócratas desde la Independencia. Somos un largo y doloroso enredo, con fallas
graves en política, pues todos se pelean para llegar al mandato, sin pensar en
los ciudadanos, a pesar de “apostar” por el pueblo. En el fondo, no hemos
cambiado, pero ¿seremos capaces de hacerlo? Fuimos hechos de prisa y ahora
queremos salir con prisa de este atraso, arrastrando esa mala praxis llamada “viveza
criolla”.
Con una prosa elegante,
sencilla y reflexiva, que se pasea por el hablar del venezolano de antaño, la
novela aborda a ese candidato que nunca
se llegó a ser presidente y que se convirtió entonces en El pasajero de Truman.
En definitiva, Suniaga reflexiona sobre un país preso del bochinche, la
mediocridad y la irresponsabilidad, recordándonos que el orden sólo es posible
bajo la democracia civil. Muestra una parte de nuestra historia que merece ser
conocida, logrando recordar poco a poco lo poco que hemos avanzado y cómo hemos
llegado a donde estamos. Imprescindible.
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