No
suelo leer teatro, sin embargo, sabía que El eterno femenino era una obra
obligada, pues en ella, Castellanos aborda el tema de la mujer en un mundo
dominado por hombres, con una prosa cargada de humor y picardía que parte de lo
irreverente. La mexicana sintetiza que, para dejar de ser víctimas, hay
que dejar de actuar como tal, logrando hacer una crítica ácida sobre la
feminidad y sus constantes intentos de reivindicación y reconocimiento, en una
sociedad patriarcal y machista.
Caricaturiza
la moral de la “mujer de la casa”, que se enmarca en el arquetipo del “eterno
femenino”, articulado por Goethe y Nietzsche, describiendo a las mujeres como
ángeles responsables de encaminar a los hombres por el “buen camino”, dentro de
la esencia de la modestia, la gracia, la pureza, la delicadeza, el civismo, la
complicidad, la castidad, la amabilidad y la afabilidad, que las alejaban de
los placeres de la carne, siendo esposas sumisas que se someten a la voluntad
de su marido, después de la frustración de la madre. Así, la mexicana se burla
de la mujer que se regodea y se justifica en su maternidad para faltar a esa
moral que construye a manera de sacrificio.
"Lo que yo trato de demostrares que, si nos ceñimos a la
maternidad como única función, no seremos indispensables por mucho tiempo. Nos
convertiremos en bocas inútiles a las que se dejará morir de hambre en tiempos
de escasez; a las que se tratará como objeto de experimentación o de lujo; un
objeto superfluo que se desecha cuando llega la hora de hacer la limpieza a
fondo”, alega, dando pie a reflexiones sobre los estereotipos de las mujeres
mexicanas, logrando que nos cuestionemos ¿por qué hay tan pocas mujeres
relevantes en la historia? ¿sabemos su verdad? ¿realmente queremos ser como
ellas? Con un marcado tono feminista, que desacraliza y desmetifica el carácter
de mártires sacrificadas con el que se han vanagloriado las mujeres que han
transgredido, yendo más allá de los cánones establecidos, con motivos que van
más allá de la flagelación y bajo la convicción de ser mujeres no ordinarias,
motivadas por el aburrimiento, la insubordinación o la insolencia en el más
puro estado de la palabra.
Critica esas luchas que se han encabezado bajo la bandera del
victimismo, concluyendo que la vida no se resuelve siendo lindas, amables y
dóciles para que “nos quieran”, proponiendo una práctica que no deje de
enmarcarse en el “a nada digas no”, bajo el ejemplo de sus personajes que, al
enfrentarse con el mundo y se dan cuenta de que no todo el mundo las aprecia,
sufren y vagan por ahí luchando por un reconocimiento que no necesitan. Se ve a sí misma y de ahí parte para reflejar que el
auto-reconocimiento de nuestras metas, sueños y deseos, debe hacerse sin
importar si son reconocidos, aplaudidos o desacreditados, concluyendo que no
necesitamos trascender para experimentar el placer de ser y la satisfacción de
ser.
"No basta adaptarnos a una sociedad que cambia en la
superficie y permanece idéntica en la raíz. No basta imitar los modelos que se
nos proponen y que son la respuesta a otras circunstancias que las nuestras. No
basta siquiera descubrir lo que somos. Hay que inventarnos”, concluye, dándole
una nueva interpretación al rol femenino, siendo conscientes de nuestra
realidad, bajo la estrategia final del humor y la sátira como elementos que le
permiten afianzar su discurso.
En definitiva, la literatura es la libertad absoluta de la
palabra y la única verdad del mundo, quedando reafirmado en el Eterno femenino
que es, sin duda alguna, una novela fundamental dentro del feminismo.
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