Velocidad de los jardines, Eloy Tizón.

Vivan los cuentos.

Sé que repito mucho eso de que me gustan las recopilaciones de cuentos, pero es que no lo puedo evitar, siempre regreso a ellas como un consuelo. Velicidad de los jardines no es la excepción a ello. Esta es una recopilación llena de personalidad, con un estilo especial y que puede leerse en menos de lo que canta un gallo (cosa que es perfecta cuando el tiempo no nos sobra).

Es una recopilación diversa, que se pasea por temas que se describen perfectamente en su contraportada: Alguien dirige una carta a un escritor fallecido. Una fa­milia cargada de hijos atraviesa un continente devasta­do por la guerra, en busca de un balneario. Un viajante de comercio comienza a sospechar que en su rutina ace­cha un reverso alarmante tras varios encuentros fortui­tos con dos personajes anónimos. Un hombre y una mu­jer se dan cita cada tarde, sin ellos mismos saberlo: él ha extraviado una habitación y ella ha extraviado una his­toria. Un catedrático celebra a solas el paso a un nuevo año encerrado en su automóvil”, logrando en cada uno de ellos inquietarnos, emocionarnos o conmovernos pues es imposible quedar indiferente ante los relatos de Velocidad de los jardines, ya que Tizón consigue en cada uno de ellos tocar nuestras fibras sensibles.

Cada uno de ellos, a su manera, inventa jardines, llenos de sensaciones, a través de fragmentos que nos conciernen porque parecen hablar de nosotros, de ti, de mi y de todo lo que nos rodea, que nos forma y nos hace ser así. Los relatos de Tizón son un canto a la juventud perdida, a los detalles absurdos, a la velocidad de esos momentos mágicos que se esfuman tan rápido. Siempre tienen un toque poético y el autor parece conocer las palabras precisas y sorprendentes para el moment adecuado, acentuando los pequeños rasgos que marcan la diferencia. Cada palabra, fragmento o párrafo trae recuerdos, hablan de una adolescia vivida, perdida ante el “sinsentido de la madurez en el futuro” y que van directo a nuestra sensibilidad más íntima y, paradójicamente, universal.

Entre mis favoritos rescato “La vida intermitente” y “Velocidad de los jardines” pues retoman el tema de la imaginación como una herramienta poderosa, siendo la esperanza y la confianza sus mejores acompañantes para desentrañar la complejidad de una realidad sencilla. En sus relatos, siempre está presente el sueño y la necesidad de buscarle una explicación a lo inconcebible, a esa idea concreta que sabemos que está ahí pero que no se nos muestra.

«Con este libro ha sucedido algo extraño. Lo tenía todo para ser olvidado y sin embargo, ya ves, no lo ha sido. Intentaste construirlo con materiales nobles, para que dure. Es una conspiración de los lectores; todo el mérito es suyo, de su constancia e interés. Has tenido mucha suerte, otros no han tenido tanta. Ahora lo ves lleno de tiempo. Pletórico de tiempo, otra vez nuevo», dice el escritor.

Es así como se construyen cuentos íntimos, propios y universales, que forman parte de nuestro incosciente personal y colectivo, pues se conforman de cuestiones intangibles. A veces no conocemos qué es  realmente eso que tanto anhelamos y es por ello que Tizón nos demuestra que suele ser lo más corriente, mostrando la imperiosa necesidad de conseguirlo, situando cada uno de sus relatos en la parte de nosotros mismos que sueña, que idealiza, que desea y que ama, con matices y dudas, siendo cada uno de los relatos de Velocidad de los jardines un conjunto de preguntas sin respuestas. En definitiva, un libro precioso que me ha enamorado y que se coloca entre mis favoritos de este año, pues es una oda a la belleza y a la velocidad de la vida que el autor representa como un jardín, que realza lo que como humanos, a veces, no somos capaces de explicar.

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