El viajero del siglo, Andrés Neuman.



Viva Andrés Neuman. Porque sí y porque puede.

Andrés Neuman se ganó mi corazón con Hablar Solos, que leí hace unos cuantos meses, que compré por casualidad y que terminó por encantarme, así que decidí seguir con su narrativa y opté por El viajero del siglo, que además fue ganador del premio Alfaguara, con la que pude matar dos pájaros de un solo tiro. Y vaya que buena elección.

Parte de la premisa de que “todos los oficios tienen corteza y pulpa”, presentando a un viajero enigmático (Hans) en una ciudad anónima en forma de laberinto de la que parece no poder escapar y, cuando está a punto de marcharse, un insólito y bonito personaje lo detiene (Sophie), cambiando siempre su destino y marcando esta historia al son del amor y la literatura, con una relación memorable que mueve camas y libros, en un mundo imaginario que condensa todos los conflictos modernos europeos.

Con El viajero del siglo, Neuman propone un ambicioso experimento literario, ya que habla del siglo XIX con la visión del siglo XXI y se discute entre la novela clásica y la vanguardista, construyendo un puente entre la historia y los debates actuales, donde se incluye el multiculturalismo y la emancipación de la mujer, mientras que el autor despliega un mosaico cultural bajo un intenso argumento, lleno de  intrigas, humor y emociones, con su clásico estilo rompedor que desemboca en todas las cuestiones que aborda en su narrativa.

Hay quienes afirman que Neuman ha escrito una “novela futurista del pasado, una ciencia-ficción rebobinada”, porque nada de lo que transcurre es real, aunque se basa en fuentes bien documentadas y tiene un contexto que nutre la historia, que va desde las costumbres sociales de la época hasta los debates literarios actuales.
Wandernburgo, esa ciudad móvil donde se desplaza el viajero, fluye como un personaje más de la obra, pues también ella cambia, donde las estaciones la desnudan y la visten, sus habitantes la rechazan y la aman, sus fronteras se desplazan mágicamente y cambia cada día, haciéndose más fuerte y dándole a sus habitantes el fuerte deseo de quedarse y la necesidad de irse.

Es un libro ambicioso y honrado, que mira la vida contemporánea desde una perspectiva antigua, con una sabiduría muy bien cuidada por parte del autor, a la que agrega una apasionada historia de amor, que encarna la formación de Europa, que Neuman aborda desde la derrota de Napoleón para plantearse debates como el mercantilismo, la libertad y el rol femenino en el siglo XXI, sobretodo esto último, pues mientras las heroínas del siglo XIX no tenían la regla ni se abandonaban en la soberanía sexual, la heroína de Andrés Neuman ha pasado por todas esas épocas y está dispuesta a afrontarlo con la verdad.

Y sí, es una novela extraña y compleja,  con la que hace una tesis y se sumerge en grandes cuestiones psicológicas, con un lenguaje cargado del sentido del humor propio del autor, con un deliberado misterio y toques poéticos, que recuerdan a grandes novelas de los siglos en los que transita el viajero, usando su lenguaje característico, que hace un análisis crítico del mundo romántico y del viaje como huida, presentando puntos de vista diversos, dentro de una historia de literatura y traducción, con dos protagonistas que ven a ese monstruo que llaman “amor” como un viaje y una persona en movimiento constante y que, en la traducción, se interpretan y se confirman, en cuya relación se halla un homenaje al amor que es libre en su esencia y que surge de manera espontánea, en conjunto con una metáfora a la traducción, que retrata la naturaleza de ambas ramas, que se empeñan en entenderse sin perderse a sí mismos.

Es así como Neuman logra darnos la sensación de estar dentro del relato, haciendo una “traducción amorosa del pasado”, mediante el enamoramiento de Hans y Sophie, que se aman y se separan, ante una resistencia por parte de la ciudad, su antagonista y aliada, donde el argentino expone su tesis acerca de cómo a veces pensamos que sería más fácil vivir en otro tiempo, poniéndolo en duda, ya que muestra distintas épocas con el fin de no mostrar al tiempo como el culpable del sufrimiento de los amantes, que nos lleva a pensar en las limitaciones del amor actual.

En definitiva, Neuman hace un puente entre distintas épocas y retrata las semejanzas, dejando de lado las diferencias, reflejando el pasado en el presente y uniéndolos mediante una traducción amorosa,  donde se encarna la pasión del escritor ante ella,  que hace de la lectura de El viajero del siglo una experiencia única y divina, conectando tiempos remotos con los nuestros.

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