“Estamos en la más
novelesca de las novelas de Montero, a la vez que, aunque parezca una paradoja,
es la más realista, en la que cala con mayor hondura y verdad en los fantasmas,
complejidades, limitaciones y grandeza de la existencia”.
Se define como
inercia a la falta de energía física o moral, que explica y está presente
durante la mayor parte de nuestras vidas. En La hija del Caníbal, Rosa Montero
utiliza este elemento para hacer un tratado sobre ella, colocando una protagonista
que tiene una vida acomodada gracias a no moverse y que, por ciertas
circunstancias, decide dejarlo todo y arrojarse a las vidas del tren.
Se llama Lucía y está
casada con Ramón. Ambos deben tomar un avión a Viena, con el propósito de
recuperar su relación, pero cuando él entra al baño y no vuelve a salir, su
vida da un giro; y a partir de ese comienzo tan insólito, se construye un
relato magnífico, que habla de la corrupción generalizada y de las parejas que
llevan toda la vida juntas, cuando lo que los une es más costumbre que amor
(inercia).
Ella parece ser un
reflejo de la personalidad propia de Montero, o de hecho, de cualquier mujer
que pase por la década de los cuarenta, pues es sumamente insegura de sí misma
y mantiene un apego a lo que se fue y nostalgia por lo que vendrá propia de la
edad, en conjunto con la autocompasión sumamente desarrollada y la monotonía
eterna. Es interesante ver cómo se ve sumergida en un mundo de teorías,
conspiración y tramas ajenas a ella luego del aparente secuestro de su marido,
mientras que nos hace creer que es la protagonista, cuando sólo ejerce de una
simple espectadora ante una trama que se la come.
Ella abre paso al
personaje secundario y magistral llamado Félix, un viejo que en su infantil
obstinación (inercia) y obcecada senectud, se vuelve el compañero ideal de las
aventuras de Lucía, que se deja llevar por cualquier suceso interesante en ese
momento de su vida y que, al toparse con él, se da cuenta de que la historia
del hombre se defiende a través de la palabra, donde el tiempo se merma en ella
y se desenlaza en su punto más cruel, dentro de una trama novelesca,
detestivesca y fascinante.
Y es que para mí,
Lucía es un personaje sumamente dañado y afectado por el tiempo, por el
remordimiento de sus acciones y decisiones pasadas, que vive hundida en un
mundo de fantasías inventadas por ella, en una vida alternativa que resulta menos
dolorosa para digerir lo que de verdad sucede en su vida, en una realidad muy
próxima de la que no puede huir, pero que acepta quejándose de la misma, viéndose
como víctima y como protagonista ante su pasividad inerte, que remite al
desconocimiento de su historia, dentro de un mundo autodestructivo.
Y es en este punto
donde se incorpora Adrián, un hombre joven, atractivo y que necesita una razón
de ser, que surge como un héroe y que recibe ciertos golpes de dura realidad y
crueles palabras, porque además, tiene el hábito de tener sueños que son
premoniciones, visiones que tienen desencadenamiento en algo confuso y llamativo,
que terminan en su falta de materia, pues no tiene amores, no tiene oficio,
solo posee una juventud a cuestas que se le va acabando cual arena en manos, al
lado del Félix y Lucía, que alude al amor filial y materno, pues ve en ella a
su madre y en él a su mentor, pues le expone su vida mientras él construye la
suya, y lo que comienza siendo un lienzo en blanco, termina siendo un ser lleno
de verdad, de palabra y de vitalidad que voló para vivir.
Y en el hecho de
vivir se halla la esencia de la historia, pues aunque al principio descubrir la
realidad parecía ser el paradigma ideal, su verdadera meta consiste en aprender
a vivir, más que todo en el caso de Lucía, que necesitó cruzar la historia para
descubrir a un sinfín de tipos y mujeres que le mostraron distintas
concepciones de ella misma, con las que necesitó enfrentarse, al igual que con
el miedo y la intención de liberarse a ella misma, ya que su palabra la había
mantenido atrapada en el silencio, pues creía que lo necesitaba para no revivir
su doloroso pasado y no verse forzada a cambiar
su situación actual, dentro de ese abismo que creó con la pasividad de
sus acciones, necesitando ese silencio para seguir muriendo y ahogándose en sí
misma, y al despertar, consigue salir de su agujero para entrar en la realidad,
en conjunto con la monotonía necesaria, con la que se aprende a convivir.
Asimismo, Félix
necesitó de Lucía, de una antagonista en constante negación para escuchar sus propios
argumentos, acallados por años. Para oírse a sí mismo decir esas palabras en
las que siempre había creído pero que siempre se había callado. Necesitaba, así
como ella, de ese momento de catarsis para liberarse de sus remordimientos y
recuerdos para vivir su presente, porque a pesar de que siempre sea descrito
como un viejo, anciano, al que no le queda mucho, es quien más vitalidad posee,
que logra permear a Lucía, aleccionar a Adrián y compartirse con la madre de
Lucía, en una especie de pasión adolescente, y todo gracias a la vitalidad que
le dieron todas las palabras que guardó en su corazón toda su vida.
Me encanta que la
historia se componga de personajes tan reales, volubles y poco serios, que le
dan el toque de cercanía con el lector a la historia, con un final que parece
ser como un castillo de naipes que se desbarata con el más mínimo toque, con
esa sensación de promesa incumplida, efímera, intrascendente, dejando de lado tanto
misterio y dándole paso a la emoción, que crece con cierta desilusión, como la
vida misma, en conjunto con la idea de la corrupción, que culpa a la falta de
ideales y que nos enfrenta a un ensayo político escondido, que presenta a la
Rosa Montero más personal de todas sus novelas,
que le da su esencia al libro y que deja ver que hay mucho de ella en
sus páginas, una empatía que se palpa y que da origen a la metáfora del título,
que alude al padre de Lucía y su relación distante y mítica, a ese actor que
hizo el papel de caníbal que Lucía bautiza con todo lo que hay a su alrededor.
Además,
narrada a tres voces, dos primeras personas y una tercera persona, que
demuestran el arduo trabajo de la escritora, con toques de ironía y sarcasmo,
que llenan a la novela de matices que nos atrapan desde un primer momento,
construyendo un libro que intercambia distintos puntos de vista para obtener
una visión general de los hechos, estando sumamente bien escritos y trabajados,
que ofrecen al lector una serie de reflexiones sobre la edad, las situaciones
que sobrepasan al ser humano dentro de un mundo al que no le importa para nada
el día a día, mientras que la protagonista sufre una transformación de sus
pensamientos y actos (al igual que el lector), que hablan sobre el paso del
tiempo y la manera en la que nos enfrentamos a la rutina, los sentimientos y
los contratiempos.
En definitiva, Rosa Montero es una de mis escritoras favoritas y con La
hija del Caníbal se reafirma como una de las autoras más fuertes de la
actualidad.
tengo a Rosa Montero pendiente pero este libro creo que no es mucho de mi estilo, besos!
ResponderEliminar