Jorge Franco es un maestro contando
historias. Juega con las palabras de manera natural y juega con el tiempo como
si no pasara nada. Por si fuera poco, el colombiano suele construir personajes
grandes, complejos y profundos, que desarrolla en situaciones cotidianas, pero
profundas, que tienen un cierto toque cinematográfico. Es, sin duda, un grande
y esto lo reitera en El mundo de afuera.
La novela nos sitúa en Medellín, donde la neblina es espesa y
las voces parecen silbidos que se pierden dentro de ella. En sus afueras, un
gran castillo se esconde y por sus puertas sale corriendo una bella niña rubia
que se pierde en el bosque, luego de que su padre haya sido secuestrado por el
Mono, con la intención es, más allá de pedir un rescate millonario, quedarse
con su hija, la princesa rubia, que se mantiene encerrada en el castillo, para para preservar su pureza y evitar el contagio
con el mundo corrupto que lo rodea. Sin embargo, no cuenta con que esto es
imposible y es esto lo que hace arrancar a la obra.
Franco lo hace todo emocionante, minucioso
y se pasea de lo bello a lo triste y de lo cómico a lo trágico. Cuida los
diálogos y se sumerge en una historia excepcional, dotando a sus personajes de
profundidad psicológica, emocional y física, dándoles el rol que le corresponde en cada situación en la que los
coloca, presentada a través de una narración fluida, amena y elocuente.
Esta novela tiene identidad propia. Habla
del destino, la justicia y la muerte con una esencia colombiana, pues parte de un
hecho real. En torno a esto, Franco dice “Fui vecino en la vida real de un castillo similar, donde vivía el señor
Diego Chavarría con su esposa, quienes habían tenido una hija y ésta falleció
de muy pequeña. A ese hombre lo
secuestraron en 1971 y fue de los primeros secuestros de relevancia que hubo en
Medellín. Todo ello me sacudió mucho”.
En El mundo de afuera, narra todo lo que
fue aquel acontecimiento, en dos narraciones paralelas: una mucho más fantástica y otra sumamente dura, lo que le da una atmósfera
mixta a la historia de una niña que, gracias a su soledad, se
imagina un mundo de fantasía, mientras que el Mono, fuerte y brusco, la espera.
Así, Franco entreteje un cuento de
hadas con tintes tenebrosos, violento y haciendo uso del humor negro. Algo así
como una película de Tarantino.
Por ello, esta
es una novela de contraste, pues así como pasa en la realidad, el escritor pone
a convivir dos realidades opuestas, vistas frente a frente, pero distantes por
su dimensión e importancia. Aquí,
vemos las dos facetas de Medellín, que se contraponen y complementa, pues
Franco narra cómo subsisten el mundo de “adentro” y el de “afuera”, a través de
Isolda, la niña, que transita en ambos mundos, descubriendo así que “dentro” es igual a asfixia y “fuera” es igual
a libertad, peligro y muerte.
Franco elabora
un ensayo que, como en el resto de su narrativa, aborda temas que nos afectan
directamente como latinoamericanos, tomando como base la violencia, tratada a través de personajes
que son metáforas del contexto en el que vivimos y que, como muchos, forman
parte del tópico social al que pertenecemos.
Esto lo hace
mediante la figura de El Mono y sus pares, que llevan a cabo el secuestro, pues
estos la están dispuestos, no
solo a robar y secuestrar, sino a acabar con lo que sea necesario. A través del
secuestro de Don Diego, Franco habla de la
violencia que la élite ejerce sobre los pobres, pues estos le han puesto
precio a todo, han comprado principios, conciencias e, incluso, cariño. Por
ello, los secuestradores toman la iniciativa de acabar con ellos, luego de vivir
situaciones horribles por la pobreza, lo que los llevó a ser malas personas, ya
que para ellos todo lo bueno corresponde solo a los ricos y alguien debe parar
eso, en consecuencia, la violencia se convierte en un negocio “muy complicado,
porque una de las partes no quiere colaborar”, como se narra en la obra.
Otra forma de violencia interesante es la
que don Diego ejerce sobre Isolda,
oues de alguna forma, también es un secuestro, ya que no le permite socializar
y la agrede psicológicamente de manera constante. Por ello, ella encuentra la
libertad en ese mundo imaginario que se ha inventado, donde el pensamiento es
su única forma de volar. Además, vemos cómo el sexismo y el machismo son dos
puntos de violencia, propios del continente, que recaen sobre ella, pues solo
su padre tiene el poder de decidir sobre ella. Así, este se convierte en el
dictador de su vida, controlando todo lo que tiene. Diego, así como El Mono, utiliza su poder y su masculinidad sobre la
niña, a quien considera inferior, convirtiéndose así en el victimario en vez de
la víctima aparente.
Además, el escritor estratifica las clases sociales presentes en la novela según el
lenguaje y la terminología que emplea. De esta forma, unifica los distintos
puntos de Colombia a través de su jerga: coloquial y grosera en los barrios
pobres, de donde proviene El Mono y sofisticado y culto en las altas clases, de
donde proviene Don Diego. Esto dota de cotidianidad a la novela, lo que es un punto
más a su alta gama literaria.
El mundo de afuera es una novela
excelente, que trabaja desde una realidad, manejada desde la tensión y tratada
a través de recursos literarios como el flashback, la narración paralela o la
crónica periodística, con el fin de darle dimensión. En definitiva, El mundo de
afuera es, para mí, la mejor ganadora del Premio Alfaguara hasta ahora, pues en
ella, Franco construyó una fábula de fantasías contrapuestas, en la que la
violencia es un punto clave y difícil, pero que le entra a todos. En fin, es
necesaria. Léanla, nos hace falta.
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