El arte de la resurrección, Hernán Rivera Letelier.


Este año me propuse leer todos los libros ganadores del premio Alfaguara hasta la fecha. El arte de la resurrección, novela ganadora en el año 2010, resultaba ser la mejor opción para continuar y vaya qué buena elección. 

Cuenta Cervantes que de un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiere acordarse, salió un caballero con ánimos de enderezar al mundo. Lo mismo sucedió en 1942, cuando el Cristo de Elqui salió por Chile a recorrer el desierto, pese a las burlas y las amenazas, a predicar el fin del mundo, alegando que él era, nada más y nada menos, que la reencarnación de Jesucristo.

Así como el personaje, Letelier ha resucitado a la famosa figura chilena, convirtiéndolo en un personaje ficcional y narrando sus hazañas en los años cuarenta en Chile, donde se alzó contra el celibato y la abstinencia predicada por los cristianos, argumentando que la abstinencia sexual era una aberración, a la par que buscaba a una María Magdalena que “fornicara de todo corazón y sin remilgos”.

Así, lo convierte en un personaje de carne y hueso, que parte de la realidad de su país, pues su verdadero nombre es Domingo Zárate Vega y forma parte de su idiosincrasia. A modo de homenaje, trae a colación al evangelista del desierto chileno de Atacama, en una obra merecedora del Premio Alfaguara, en la que utiliza diversas formas narrativas para mezclar lo culto y lo popular, a través de saltos en el tiempo y en los narradores, reivindicando lo que para él es la escritura, pues afirma que “gran parte de la literatura moderna solo es mirarse el ombligo hasta el cansancio, lo que yo reivindico es contar y escuchar historias”.

Letelier parte de la experiencia de ser hijo de un predicador evangélico, a quien dedica la novela, y de haber sido obrero de las salitreras durante treinta años para construir El arte de la resurrección, que parte de la experticia vital, necesaria para narrar como es debido los pasajes en el desierto chileno, lleno de espejismos que propician la locura.

A partir de estas descripciones, Rivera Letelier afirma que su novela fue escrita con la cabeza, el corazón, las tripas y los cojones, pues su último fin era hacer de Atacama su Comala, su Macondo particular y convertirla en una referencia obligatoria de la literatura, haciendo uso de un contexto sumamente duro, ya que le resultó imposible hacer una novela rosa sobre la Pampa, pues en ella, los mineros son explotados, el clima es bestial y el paisaje es estéril. En este escenario, coloca a la figura mesiánica de Jesucristo y lo hace resucitar como un ser humano patético y ridículo, que cabalga entre Don Quijote y Sancho, entre la lucidez y la locura y que va por el desierto buscando discípulos.

Tras su fallida búsqueda, queda derrotado, acabado y solo. es allí dnde la Pampa se alza como la verdadera protagonista, pues es la causante del dolor de El Cristo de Elqui, pero también de su felicidad, pues para él, este lugar es el paraíso. Allí, este pobre campesino rústico con delirios de profeta, lucha contra sí mismo, viviendo de recuerdos y desolación, entre mortajas de sal y montones de arena.

Haciendo uso de un humor negro muy bien trabajado, Letelier diluye al sentimentalismo en el racionalismo y dota a su novela de opiniones sensatas, en contra de su país, el celibato y el comunismo, defendiendo a los obreros, los más desdichados del panorama, a través de una prosa ágil, que narra el peregrinar de El Cristo de Elqui, mediante el cual critica la situación de Chile y su carga moral, valiéndose de una figura profética, dueña del bienestar del mundo, que le da una vuelta a todo lo conocido.

En definitiva, El arte de la resurrección es una novela de personajes que reiteran esa capacidad humana de maravillar (se), a través de reencarnaciones de el hijo de Dios, putas vírgenes, desiertos protagónicos y testigos anónimos, que dan un enfoque distinto a la leyenda de El Cristo de Elqui y que conmemoran sus plegarias. En fin, a leer y que Dios nos agarre confesados.

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