La muerte de Artemio Cruz, Carlos Fuentes.

Vivan los latinoamericanos. Amén.

En mi reseña de Aura quedó clarísimo lo mucho que me gusta la prosa de Carlos Fuentes. Entre mis libros favoritos del 2016, Aura y La muerte de Artemio Cruz resaltaban como varios de los títulos que me maravillaron el pasado año. Lo cierto es que hacer una reseña de éste libro es un tema complicado, pero no estamos en edad de quedarnos con las ganas, y si no lo hago no podré seguir durmiendo tranquila por las noches.

Carlos Fuentes es uno de los escritores más arrechos que ha existido. Con La muerte de Artemio Cruz se reafirma como tal, es una novela impecable de principio a fin, con una genialidad brutal que todavía me tiene impactada. He dejado que pasen unos meses, que el tiempo se asiente para poder tener la mente más organizada, hablar de un libro como éste es difícil, más aún cuando se tienen una infinidad de sentimientos encontrados con él, pero ya basta de chácharas y vamos directo al grano, porque tampoco quiero hacer de ésta reseña un testamento de miles de páginas, que admito que me gustaría escribir, pero no es lo práctico.

La muerte de Artemio Cruz, como bien lo dice su título, parte de la muerte de éste general. Mediante 12 fragmentos que hacen alusión a las 12 útlimas horas de vida del señor, se entrelazan los recuerdos de los momentos más importantes de su existencia, utilizando a su enfermedad como espejo de conciencia, descubre su pasado y entiende sus padecimientos a la hora de morir. Recuerda cómo, después de la Revolución mexicana, fue perdiendo sus ideales, al igual que el amor de la única mujer que realmente lo quiso, al igual que su matrimonio con la hija de un terrateniente, rememorando cómo gracias a sus relaciones con la familia política, amasó una gran fortuna.

Mal hablado, audaz, corrupto, oportunista, entre una infinidad de calificativos más, Artemio Cruz representa las paradojas de la historia, para aquel entonces contemporánea, de México, el sistema político que gonernaba, las costumbres de las clases medias y las altas arraigadas en el poder. Es, a fin de cuentas una radiografía de la historia de México,que a partir de un hombre corrupto que utiliza sus medios para permanecer en el poder, nos lleva a cuestionarnos hasta qué punto su vida determinó su muerte y si ésta representa algún contexto histórico más amplio y Carlos Fuentes presenta en las últimas horas su tesis que argumenta que se muere como se vive. En cada fragmento, de alguna forma, se presentan los padecimientos físicos de Artemio, su enfermedad no era limpia, mucho menos dignificante, se estaba muriendo de adentro hacia afuera y que no lo deja vivir sus últimos momentos en paz.

Sus traiciones suceden en años claves en los que a lapar sucedían hechos históricos importantes. En 1913 realiza su primera traición, el mismo año en el que Madero cae con la traición de Huerta, con lo que muere su ideal de revolución. Luego, once años después, en 1924, Cruz acuerda con Catalina que seguirán casados, pero que ya no serían un matrimonio, y es allí donde se acaba la revolución y se instuye el PNR, que simboliza un acuerdo en el que sólo hubo un cambio de sistema político, más no agrario. Es así como la vida de Artemio y su muerte no son más que un reflejo de las condiciones del país,así como él vivió una vida corrupta para garantizar un buen estatus, fue eso mismo lo que lo llevó a una muerte tan prolongada, el sufrimiento es una forma de expiación por todo el dolor que causó. Su vida fue determinante para su muerte, su enfermedad empeora al mismo tiempo en que se vuelve más corrupto. Y al final, termina siendo el mismo México.

En ésta novela, se intercalan el presente y el pasado, por medio de un cinematografismo de los procedimientos, multiplicidad y superimposición dentro de los planos y secuencias narrativas, que se resuelven en cortes violentos y audaces para dar paso a escenas, que van entre flashbacks y flashfowards, desplegándose mediante tres perspectivas que se colocan en tres narradores diferentes, primea persona, con el yo, segunda con el tú y tercera con el él, distinguidos según una clave lingüística, la primera a manos de Artemio Cruz, consciente de que está muriendo y centrado en el presente, la segunda es él, de nuevo, contándose su propia historia, sus motivaciones, en el subconsciente, ese tú es el alter ego del personaje, hablando en futuro para iluminar el pasado y así encontrar el sentido de su vida, y ya por último, la tercera, que es el Artemio del pasado, que reproduce sus memorias como imágenes en movimiento y sitúa la mirada donde le provoca, mostrando a los personajes desde distintos puntos de vista.


Y es que hay muchos Artemio, está el revolucionario, el corrupto, el rico, el cruel, el enamorado, y en realidad ninguno nos cuenta nada, simplemente habla para sí y la memoria es el espejo donde se reconoce y se cuestiona cómo evitar los errores del pasado, ¿acaso tiene que ver con recordarlos? Y aunque él no se está excusando de sus culpas, se siente grande, pero no inmune.

Y escuchando sus monólogos, reconstruimos la memoria propia, esas historias que todos tenemos y que son sólo nuestras. Asimismo, el autor muestra las memorias colectivas de un pueblo, a través del propio ocrrupto y con voces de variopintos personajes que pasaron por su vida, nos hace referencia a la historia de México desde principios del siglo XIX hasta finales de los años '50. Y es que no es la historia de Artemio en México, es México mediante la historia de Artemio.

Carlos Fuentes dijo que Aura y Artemio Cruz son novelas complementarias, cosa que me dejó muy impactada, ya que aparentemente no hay ningún punto de comparación, pero el dijo que
Artemio Cruz es una novela de la muerte de la vida, y Aura es una novelita de la vida de la muerte".

En ésta novela, Carlos Fuentes alcanzó tres objetivos de distinta naturaleza: remarcar la fuerza revolucionaria que caracteriza su pensamiento, vincular el tratamiento histórico a un plano existencial y explorar nuevas rutas narrativas y sintetizar muchos caminos que pueden seguirse para acercarse a la realidad. Y lo logra, manteniendo su unidad y merecedora de ese alcance que ha tenido desde su publicación.

Fuentes, en La muerte de Artemio Cruz, vuelve a preocuparse por los problemas de su país y de América Latina, aquí hay una importante elaboración con respecto a ésto que se evidencia en el dos planos, el primero asume la historia como estructura y el segundo como situación. Así, establece una reflexión sobre la historia vista como generalidad y traza un panorama que alcanza hasta la llegada misma de los españoles a América y además ofrece un análisis de ciertos aspectos de la historia mexicana. Recordemos que Artemio está involucrado en la política, y hace que la historia sea vista como un espacio-tiempo, construido por los personajes. Sus mismas palabras lo sentencian “te vencerán porque te obligarán a darte cuenta de la vida en vez de vivirla”, pues para él vivir no significa atestiguar, sino accionar en el mundo, asumir todos los roles posibles para comprender mejor y podr asegurarse de su cometido, ya que es posible ver al Artemio inocente, escéptico, revolucionario, desencantado, oportunista, etcétera, desde puntos distintos desde los que le es posible vivir y acutar.

La historia latinoamericana, como estructura, no sabe definirse, sus mismos fundamentos no están claros, porque hay demasiados elementos divergentes. Se han volcado tantas cosas sobre nuestra historia, que resulta casi imposible experimentar una sensación de aturdimiento frente a ella, como lo dice mediante sus profundas palabras “Avanzarás hacia la portada del primer barroco, castellano todavía, pero rico ya en las columnas de vides profusas y claves aquilinas: la portada de la Conquista, severa y jocunda, con un pie en el mundo viejo, muerto, y otro en el mundo nuevo que no empezaba aquí, sino del otro lado del mar también: el nuevo mundo llegó con ellos, con un frente de murallas austeras para proteger el corazón sensual, alegre, codicioso. Avanzarás y penetrarás en la nave del bajel, donde el exterior castellano habrá sido vencido por la plenitud, macabra y sonriente, de este cielo indio de santos, ángeles y dioses indios. Una sola nave, enorme, correrá hacia el altar de hojarasca dorada, sombría opulencia de rostros enmascarados , lúgubre y festivo rezo, siempre apremiado, de esta libertad, la única concedida, de decorar un templo y llenarlo de sobresalto tranquilo, de la resignación esculpida, del horror al vacío, a los tiempos muertos, de quienes prolongaban la morosidad deliberada del trabajo libre, los instantes excepcionales de autonomía en el color y la forma, lejos de ese mundo exterior de látigos y herrojos y viruelas”.

Es así como se ha ido construyendo la historia de nuestros pueblos, siempre como una tensión indeterminada. “Todas las fuerzas luchando por prevalecer, al menos por subsistir, en un espacio que no termina por sincretizarlas, sino que las deja convivir volitivamente. Pero la cuestión es más profunda todavía: los elementos que se han visto las caras en nuestra historia, tampoco terminan por determinarse en sí mismos, esto es, es poco factible reconocer en ellos su naturaleza: qué cabe entender por español en Latinoamérica, o por indígena, o por negro. Esas fuerzas están en continuo cambio, dentro de ellas también se evidencian pequeñas modificaciones, cambios de carácter. Por tal razón, Carlos Fuentes sabe que la historia no sólo se remite a los fenómenos generales, sino también a los sucesos situados”.
Aquí, se desplaza al mismo movimiento revolucionario, para destacar sus fracturas “Qué desventurado país –piensa Artemio- que a cada generación tiene que destruir a los antiguos poseedores y sustituirlos por nuevos amos, tan rapaces y ambiciosos como los anteriores”, alegando así que el mayor peligro de las revoluciones no es el enemigo, sino su propia degradación,como Bernal le dice a Artemio “Una revolución empieza a hacerse desde los campos de batalla, pero una vez que se corrompe, aunque siga ganando batallas militares ya está perdida. Todos hemos sido responsables. Nos hemos dejado dividir y dirigir por los concupiscentes, los ambiciosos, los mediocres. Los que quieres una revolución de verdad, radical, intransigente, son por desgracia hombres ignorantes y sangrientos. Y los letrados sólo quieren una revolución a medias, compatible con lo único que les interesa: medrar, vivir bien, sustituir a la élite de don Porfirio. Ahí está el drama de México. Míreme a mí. Toda la vida leyendo a Kropotkin, a Bakunin, al viejo Plejanov, con mis libros desde chamaco, discute y discute. Y a la hora de la hora, tengo que afiliarme con Carranza porque es el que parece gente decente, el que no me asusta. ¿Ves que mariconería? Les tengo miedo a los pelados, a Villa y a Zapata… ‘Continuaré siendo una persona imposible mientras que las personas que hoy son posibles sigan siendo posibles”.
En La muerte de Artemio Cruz, Fuentes deja en claro una sóla cosa: el hombre es responsable de su historia. Y es que Carlos Fuentes asume como parte de su narrativa un rasgo existencial, en el protagonista, a demás de haber una contexto histórico, hay una fuerte corriente existencial, llena de moólogos en los que busca una justificación para la vida. Su mayor logrp no s la riqueza que presume, sino que todo lo que ha hecho sólo puede atribuírselo a él mismo, desde el momento que decide asesinar a su tío y abuela,no para de actuar con libertad y hace de su acción su medio y su fin. Mientras más actúa,más vida tiene, y sólo de esta forma puede comprenderse el hecho de que se aferre a vivir hasta el último momento de su existencia, y es que su principal característica es el orgullo, como el mismo dice “Imagínense sin mi orgullo, fariseas, imagínense perdidas en esa multitud de pies hinchados, esperando eternamente un camión en todas las esquinas de la ciudad, imagínense perdidas en esa multitud de pies hinchados, imagínense empleadas en un comercio, en una oficina, tecleando máquinas, envolviendo paquetes, imagínense ahorrando para comprar un coche en abonos, prendiendo veladoras a la Virgen para no perder la ilusión, pagando mensualidades de un terreno, suspirando por un refrigerador, imagínense sentadas en un cine de barrio todos los sábados, comiendo cacahuates, tratando de encontrar un taxi a la salida, merendando fuera una vez al mes, imagínense con todas las justificaciones que yo les evité, imagínense teniendo que gritar como México no hay dos para sentirse vivas, imagínense teniendo que sentirse orgullosas de los sarapes y Cantinflas y la música de mariachi y el mole poblano para sentirse vivas, ah-jay, imagínense teniendo que confiar realmente en la manda, la peregrinación a los santuarios, la eficacia de la oración para mantenerse vivas”.
Agranda su orgullo y describe la vida de cualquier persona, con sus pequeñas ilusiones y sus relieves predecibles. Él no encuentra en qué podría justificar su vida, pero llegado a la madurez, descubre que ni siquiera quienes se agrupan dentro de los movimientos revolucionarios la tienen, hallando ese orgullo personal, que alega que nadie puede vivir la vida por nosotros, ni asumir lo que hacemos, y es por ello, por asumir la vida, justificarla y meterse en ella totalmente, que su orgullo radica, precisamente, en ser lo que es. “Imagínense en un mundo sin mi orgullo y mi decisión, imagínense en un mundo en el que yo fuera virtuoso, en el que yo fuera humilde: hasta abajo, de donde salí, o hasta arriba, donde estoy: sólo allí, se los digo, hay dignidad, no en el medio, no en la envidia, la monotonía, las colas: todo o nada: ¿conocen mi albur? ¿lo entienden?: todo o nada, todo al negro o todo al rojo, con güevos, ¿eh?, con güevos, jugándosela, rompiéndose la madre, exponiéndose a ser fusilado por los de arriba o por los de abajo; eso es ser hombre, como yo lo he sido, no como ustedes hubieran querido, hombre a medias, hombre de berrinchitos, hombre de gritos destemplados, hombre de burdeles y cantinas, macho de tarjeta postal, ¡ah, no, yo, no! yo no tuve que gritarles a ustedes, yo no tuve que emborracharme para asustarlas, yo no tuve que golpearlas para imponerme, yo no tuve que humillarme para rogarles su cariño…”
Se resume en su existencia, en ser Artemio, en actuar, enorgullecerse, tener conciencia de la actuación, de lo que implica, y que lo constituye como hombre “Acaso una lectura pueda hacer notar en este aspecto una prueba de la prepotencia humana, de su falta de humildad; pero a nuestro parecer, lo que quiso Carlos Fuentes fue mostrar cómo una vida de esta categoría vale mucho más que todas las inconscientes que se han sucedido a lo largo del tiempo. Y aquí no aplica nada despectivo, sino la simple certeza de que lo mejor que puede hacer un hombre, ante la vida, es vivirla, y no hay vida en quien no comprende, porque comprender es actuar y actuar es ser libre, no aceptar un fundamento a priori sin recurrir al concurso de nuestra propia libertad”.
En latinoamérica, el uso de esa libertad se confunde con perversidad. Estamos tan metidos en la religión y las costumbres que todo acto de transgresión se sentencia, y llegó la hora de convencernos como Artemio Cruz, que alega que “cada acto de la vida, cada acto que nos afirma como seres vivos, exige que se violen los mandamientos de dios”, y que realmente, lo verdaderamente perverso, es vivir de de, vivir maniatados a la espera, mientras la oportunidad de sentir el vértigo fabuloso de la existencia se va, convirtiéndose en la costra que cargan los conformistas.
En definitiva, un libro que merece estar en la biblioteca de todo lector latinoamericano y que merece ser leído por cada uno de los habitantes de éste continente. Una obra fecunda y vanguardista, llena de reflexiones socio-históricas que no pueden dejar de leer.


2 comentarios:

  1. No he leído nada de Carlos Fuentes y después de leer tu reseña me han entrado ganas de poner remedio ya. Interesante la novela que nos traes de la que ya había oído hablar y que tú me recuerdas.

    Saludos.

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  2. Que extraordinarios y vastos tus análisis. Robustecen el entendimiento de la obra.
    Me ha gustado. ¡Felicidades!

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