No sé ni por dónde empezar.
Rosario Tijeras se publicó el mismo año de mi
nacimiento (1999) y es una obra que tienes que leer porque no te va a dejar
indiferente. Hacer una reseña de ella es todo un reto porque abordar una obra
tan magnífica como esta no es nada fácil. Lo cierto es que me ha encantado y se
va directo a mi top de este año, porque un libro como este no puede pasar por
desapercibido después de leerlo.
Antonio está sentado en la sala de espera de
un hospital en Medellín. Su única compañía es un anciano que tiene a alguien
tiroteado dentro (igual que él) y un reloj que marca las horas de su interminable
espera. Del otro lado, médicos y enfermeras intentan hacer algo por salvar la
vida de Rosario Tijeras. Inmerso en la incertidumbre, en una madrugada que
parece durar el lapso de una vida, Antonio recuerda su relación con Rosario y
empieza a componer su historia. Víctima de violaciones desde los ocho años,
desamparada en una familia desarraigada, ella no tarda en convertirse en una
sicaria (aunque esta palabra, sorprendentemente no exista en el diccionario), haciéndolo
casi como un juego donde las piezas son de carne y hueso, con un sabor persistente
de venganza en la boca y en el pan de cada día. Una vida llena de hombres,
hermanos, amigos, amantes, poderosos, pobres, extremos, salidas, entradas, que
van encargándole trabajos y facilitan el hecho de que su vida sea tan entregada a los excesos y abusos.
Jorge Franco es capaz de trazar la tenebrosa
realidad del personaje, los asesinatos por encargo, la ausencia de escrúpulos y
el hermetismo de las organizaciones criminales, dentro de esa apariencia de
normalidad en la sociedad donde los crímenes se producen dentro de una moral
alternativa pertrechada en ese perverso decorada.
Jorge Franco opta con un Antonio como
narrador, dándole un toque de esperanza y sentido común, más joven, más
proclive a considerar mejores opciones, aunque la realidad se lo lleve por
delante. Con Rosario Tijeras constituye una excelsa muestra de literatura a
través de la cual reluce la porquería de una sociedad, sumamente útil para
entender la cotidianidad; se introduce en un tema vibrante con un estilo
mustio, ambientada en Medellín en la época de los ochenta, cuando la ciudad
estaba convulsionada por la violencia a raíz del narcotráfico organizado y la
creación de grupos armados que protegían el negocio ajustando cuentas por medio
de los sicarios, enfocada a través de un personaje ficticio que proviene de las
comunas de Medellín, que presenta carencias desde la infancia y que al crecer
manifiesta una clara rebeldía y agresividad, con una belleza que utiliza para
conseguir lo que quiere, siendo hermana de un sicario y novia de otro,
conociendo a Emilio y Antonio, con quienes inicia una relación sentimental “insana”,
que se hace famosa por las drogas y por prostituirse con los duros del cartel
de Medellín, arrastrando a sus nuevos amigos a ese camino de autodestrucción.
Dentro de la novela, existe una relación
entre la creencia religiosa y la violencia, que se muestra, por ejemplo, en los
escapularios que los sicarios usan para protegerse, cuando hierven las balas
para no fallar en sus encargos y, sobretodo, en el nombre de la protagonista:
Rosario, el instrumento que utilizamos para rezar, esa devoción colectiva, en
conjunto con el Tijeras, ese símbolo con el que ella empezó la violencia y que
usa como apellido, que expresa la ausencia del padre, que la desplaza a la vida
al margen, ¡retratando sus andanzas trágicas y esa vida siempre al borde del
abismo, con una actitud defensiva, atraída siempre por la fatalidad, que solía
engordarse cada vez que mataba de miedo y tristeza.
Rosario, como víctima y victimaria, le toca
cargar sobre sus hombros el lado oscuro de la existencia, pues nace con la
herencia de una lucha de varias generaciones, como bien lo expresa “No sabemos
lo larga que es nuestra historia pero sentimos su peso”. Su razón de ser es la
violencia. Antes de disparar, besa a sus víctimas. Para ella la guerra era el
éxtasis, la realización de su sueño y el detonante de sus instintos. Busca
ayuda con los buenos y con los malos. Se imagina a la muerte como una puta con
tacones rojos y minifalda, parecida a ella misma, como sus besos con sabor a
muerto, convirtiéndose en un ídolo en las comunas de Medellín.
Lleva siempre una estampa de María
Auxiliadora y del Divino Niño en su billetera, hirviendo sus balas en agua
bendita antes de usarlas; al igual que los escapularios, creyendo que mueren
por no estar protegidos, aludiendo a esa “religiosidad pagana”, pues todo lo
que tienen y en todo lo que creen no le sirve de nada, a ella, por ejemplo, sus
tres escapularios no la salvan de su muerte como una traición, en una especia
de referencia al Cristo crucificado, justo a las 3:30 de la tarde, la edad (33)
en la que él murió en la cruz. Así, es evidente que, aunque Rosario parece
representar una transgresión de tradiciones religiosas, su muerte confirma un
dominante discurso religioso, pues a fin de cuentas su asesinato viene de la
necesidad de hacerla pagar por sus pecados con una pena de muerte, alternando
los momentos de caída (acompañados por la lluvia) con los de salvación hasta
llegar al sacrificio final.
Rosario, además, encarna muchos de los roles
tradicionalmente masculinos (empezando porque es ella quien mata) sin perder su
feminidad, pues es bella, atrae y “le gustan los tipos duros, no los
acaramelados”, siendo una respuesta a una violenta mirada masculina que quiere
confirmar ciertas estructuras con respecto a la represión (muerte) de una
fuerza desestabilizadora femenina, dando desde la perspectiva femenina esta “femme
fatale” que produce miedo y que debe ser erradicada (matada) para volver al
orden natural.
Medellín se presenta como una mujer de varias
facetas con las que se tiene una relación de amor y de odio y la novela logra
retratarla como un sistema complejo y el narrador expresa el conflicto central,
que lo constituye ese deseo de separarse o alejarse de la ciudad que lo destruye y sentirse a la vez fascinado
por ella.
Rosario encarna, como objeto de todas
las fuerzas de tensión, una alegoría de Medellín, atrapada en medio de
conflictos sociales y económicos. Ella es violenta, pero ama, dulce, pero mata,
es ese puente entre las comunas de la ciudad y los de abajo, aunque fracasa en
el intento, puesto que la novela también representa a esas dos entidades: “ellos”,
los de las comunas y “nosotros” los de la ciudad, dos mundos que por momentos
se juntan y que sufren un proceso de mímesis, los unos que quieren parecerse a
los otros.
La expresión lingüística proveniente
de los sicarios ilustra el texto, pero no desestabiliza el lenguaje. El “amor
redentorio”, como ya han explicado grandes críticos, es la propuesta de Rosario
Tijeras frente a esa violencia imperante, dentro de una novela atravesada por
numerosos elementos tildados de melodramáticos, encarnados en la relación
Emilio – Rosario – Antonio.
En definitiva, Rosario Tijeras alude a
Medellín que se concibe como un cuerpo, una metáfora social, que es vista como
un organismo humano, que enferma o sana. La ciudad que Franco construye de
manifiesta como un espacio y las complejas relaciones que se establecen dentro
de ella, encaradas en Rosario, hija de la ciudad y reflejo de ella, funcionando
(ambas) como drogas que atraen a sus
habitantes y personajes a ese torbellino de violencia. Una novela que se da
como un juego cíclico, donde los protagonistas van y vienen hacia y desde el
centro de ella, que muestra esa conexión entra la ciudad y una mujer que
corresponde a una interdependencia entre ambas. Rosario Tijeras es un libro
imprescindible que no pueden dejar de leer, porque todos en algún momento somos
ese huésped y ese parásito dentro de una ciudad que parece agarrarnos por más
que intentemos escapar.
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