Por
fin reseño algo de una tocaya mía.
Éste
libro me ha encantado y fue uno de los que seleccioné para el top de
los mejores libros publicados en el 2016 en el que participé con mi
querida gente de Digo Palabra. Me encantan las antologías, y en éste
caso estamos ante doce cuentos cargados de terror, a manos de una
argentina que garantiza un genuino conocimiento del tema, con
múltiples referencias que reiteran su formación y talento.
Yo
no soy mucho de terror, pero Las cosas que perdimos en el fuego me ha
encantado. Anagrama nunca defrauda y éste libro es la prueba de
ello. Enriquez se adentra en una cantidad de variedades del horror
contemporáneo dentro de una gran cantidad de escenarios
reconocibles. Pasamos de presenciar la violencia en lo rural hasta
verla en la gran Urbe, todo dentro de la bella Argentina y de una
cotidianidad sumamente real.
Con
una prosa bien fluída, muy al estilo de la crónica peridística,
Mariana involucra al lector en la realidd del escenario y así él
acepta con mayor facilidad la intervención de lo irreal. Cuando
quiebra esa normalidad inicial, surge una fractura que horroriza, de
la que es imposible escapar y apartarla vista.
En
todos sus relatos, hay una cierta inclinación a las desapariciones,
en vez de a los aparecidos. Además de una predonimación de chicas
jóvenes, que narran la historia en primera persona y que casi
siempre van cayendo en un desequilibrio psicológico. Cuando los
relatos tienen que ver con una época pasable, las marcas temporales
son muy concretas, refieren a épocas como los setenta y ochenta, con
rasgos sumamente marcados, dentro de
atmósferas que propician el horror, con imágenes que construyen
pequeñas distracciones, que nos predisponen para el escalofrío y
que exponen una verdadera fuente de miedo, a la que cada cuento llega
en el clímax.
En
Las cosas que perdimos en el fuego, Enriquez toma ciertos puntos
interesantes dentro de la literatura de terror ya conocida. Por
ejemplo, en “El chico sucio” se aproxima a la literatura de
fantasmas, a partir de una historia centrada en un niño de la calle
y cómo se relaciona con su vecina de clase alta. La violencia en las
calles de Buenos Aires, bien truculenta, y la pobreza extrema, la
dan un toque de identidad durante todo el relato. Asimismo, en “La
hostería”, manteniendo la misma sensibilidad y ecos fantasmales,
la autora nos habla de amor, política y venganza. Y aunque no es
terror que provoque gritos, chillidos y pesadillas, si te hará
pensar y te mantendrá con la cabeza ocupada y perturbada. Ver el
terror en el cine es mucho más fácil que hacerlo de manera escrita,
es por ello que impresionarse al leerlo es mucho más difícil: todo
depende de tu imaginación y perspectiva, depende de ti. Así que la
labor de Enriquez era mucho más difícil y a mi, que me ha
impresionado un par de veces, me parece importante recordar, reiterar
y alabar esto.
En
“Los años intoxicados”,donde hay una bella metáfora sobre el
tema de la poseción que recuerda a una historia de vampiros,
combinada con la crisis económica, y en “La casa de Adela” donde
vemos el popular tema de los poltergeist, las casa embrujadas,
reintentados y desde una óptica nueva el libro terminó de
convencerme. Aquí
se adentra en eso que llaman terror psicológico, manipulando al
lector hábilmente para infundirle el sentimiento que busca: miedo,
un miedo que juega con tu cerebro.
En
“Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo”,
nos encontramos, sorprendentemente a pesar del infantil título, con
la historia de Cayetano, un asesino de 9 años que habita en la
Argentina de inicios del siglo XX, abordado indirectamente, a pesar
de que la presencia de Petiso es bastante intensa como para que la
elipsis final pueda ser interpretada en el más macabro de los
sentidos. Con “Tela de araña”, vuelve a quedar demostrado que en
sus relatos suele ser más importante lo que se calla y queda ahí, a
la interpretación y criterio del lector, flotando en el aire, que lo
que se dice. Las desavenencia matrimoniales, la visión negativa de
la figura masculina y la idea del asesinato a su marido son algunos
de los temas que rondan por éstas magníficas historias.
En
“Fin de curso”, uno de mis favoritos, se profundiza en los
desórdenes mentales de una chica que se autolesiona. Le sigue “Nada
de carne sobre nosotras”, que también incursiona en estos
desórdenes psicológicos que acechan por ahí hoy en día y de los
que internet está plagado, en éste caso esla anorexia, y a partir
del hallazgo de una calavera, la protagonista sueña con la idea de
reconstruir un esqueleto entero. Y entre lo irónico y lo
escalofriante, la ironía sutil plaga sus relatos, como en “El
patio del vecino”, catalogado como uno de los mejores, nos presenta
los conflictos cotidianos de una pareja, ella depresiva y con
tendencias alucinatorias y él con prejuicios ante la labor de los
psiquiatras, por lo que no le permite ponerse en manos de ningún
terapeuta, aquí la realidad y la ficción, la locura y la cordura se
confunde hasta hacernos dudar de absolutamente todo, con un horror
magistral.
Ya
en “Bajo el agua negra”, la autora se entremete en los barrios
marginales, con bastante miseria, delincuencia y corrupción y nos
habla de la contaminación del medio ambiente y los fatales
resultados que ésto trae. En “Verde rojo anaranjado”, una
historia memorable, nos introduce en los hikikomori (que yo no
conocía), que son adolescentes que se ven abrumados por lasociedad y
que no son capaces de cumplir los roles sociales que esperan de ellos
y que, por ende, se aislan) y nos cuenta la historia de un chico que
no sale de su habitación, a causa de la comunicación y el uso del
internet. Ya por último, tenemos a “Las cosas que perdimos en el
fuego”, el relato que cierra y que la da nombre a ésta antología,
donde se toca de lleno el tema de la violencia de género y la idea
del suicidio mediante el fuego. Sumamente interesante, me ha
encantado y es uno de los mejores del libro: completamente brillante.
Mariana
Enríquez es el vivo reflejo de que los escritores hispanoamericanos
actuales son herederos de una tradición que se ha gestado por años,
dentro de éstas extrañas, horrorosas, maravillosas, absurdas y
bellas historias, se halla una gran base dentro de los clásicos
latinoamericanos, la
influencia de grandes Cortázar,
Borges, Rulfo, así
como de otros internacionales como Poe y Lovecraft (sobretodo las
obsesiones de éste último) es evidente. Si leemos atentamente,
notamos la capacidad de síntesis que tiene ésta mujer, pues reúne
todo lo que aprendió leyendo de éstos grandes escritores ,
conjugándolo con su voz propia, haciendo una antología fabulosa que
la ha llevado a ser considerada una de las voces más potentes de la
literatura argentina e hispanoamericana.
El
ambiente, siempre tan intranquilizador, es el punto que más me ha
gustado. Los escenarios parecen precarios y destartalados, con
personajes incompletos en algún sentido. La palabra dolor está
durante todo el libro, llega a ser inclusive sordo, que encuentra
cualquier recoveco para salir por cualquiera de nuestros poros. Es el
resultado de rozar la locura de los personajes, el lado peligroso de
todos nosotros, dentro de una ciudad que guardan un montón de
secretos en su interior que no queremos mirar, pero que Mariana
Enriquez nos enseña de frente.
Con
un fuego abrasador que cala hondo en nosotros, Enriquez nos introduce
en situaciones que estremecen
la piel, el alma, que nos llevan a la locura, o a la realidad que no
deja de ser una variación e a misma ¿quién está más loco? ¿quién
tiene la potestad de decir que a leer no podemos encontrar lo
reconocido
en lo que no queremos nombrar? ¿qué tiene la realidad que nos acaba
hipnotizando como éstos cuentos? Al verse reflejado, al comprobar lo
que el ser humano puede hacer o dejar de hacer, en una especie de
misión suicida que sucede cada vez que abrimos un libro, que
sufrimos, de alguna manera, cada vez que una lectura se posa frente a
nosotros. Con Las cosas que perdimos en el fuego sucede exactamente
lo mismo, sin haberlo pensado detenidamente, nos encontramos dentro
de un mundo que no podemos dejar de observar. Mariana nos sumerge en
una especie de hipnotismo sin poder evitarlo. Desde personajes a los
que odiar, locuras que nos pertenecen, que nos recorren en forma de
escalofrío y de las que intentas huir pero que terminan acercándose
más. Con
Lo que perdimos en el fuego, me he convertid en una fiel devota de lo
escrito y lo que no se dice, por ese intervalo imaginativo en el que
la realidad y la ficción se rozan, sin llegar a convivir. Ella
reproduce los fantasmas que atormentan y han pasado por sus vidas, y
a través de sus letras deja pequeños cuchillos que calan hondo, y
que dejan marcas perpetuas.
Su
escritura es sumamente auténtica y perspicaz, y evoca una realidad
mas vívida que la que nos rodea, con tramas truculentas, que
abordan mediante el terror, cuestionas mucho más complicadas como la
culpa, la sugestión, las relaciones de pareja, las clases sociales,
la historia argentina e inclusive el patriarcado. Aquí aborda el
terror más allá de como género literario, como una extrañeza
cotidiana y desvío de la norma, con personajes persistentes, casi
siempre mujeres, con voces algo burlonas, que se entremezclan con sus
parejas, niños problemáticos y huérfanos, que se reiteran por todo
el libro, sus personajes sucumben al entorno por empatía, entre la
culpa y la compasión, con un observador sugestionado, porque lo
terrorífico ocurre a cierta distancia de quien lo cuente, siendo tan
verosímil como las desigualdades que se tratan dentro de éste
libro, desmontando su objetividad.
Leyéndola
se pasa mal, se siente miedo, angustia y terror, pero se aprende,
dentro de sus relatos siempre hay detalles que van más allá que el
contexto de historia de terror que tienen, y que a veces dan mucho
más miedo que el mismo entorno oscuro. Leyéndola se aprende, ella
busca incomodar al lector, mediante el crudo y desadornado retrato de
la sociedad, junto con elementos fantásticos propios del terror,
dentro de un plano realista y con situaciones cotidianas, y lo
consigue, construyendo una colección de 12 relatos magníficos,
empujadas por el terror, el misterio y el realismo sucio.
El
terror funciona en conjunto con una buena saturación de indicios
dispuestos con sutileza ante la realidad, que sustenta lo verosímil.
Eso sí, la sutileza la abandona en el momento del martirio, no
escatima en detalle ni truculencia. Lean éste libro un sábado por
la madrugada, después de las campanadas, sólos en su casa, a puerta
cerrada y después hablamos si da o no miedo. En definitiva, un libro
increíble, lleno de terror, que no pueden dejar de leer y que viene
a manos de una de las mejores voces de la literatura argentina y
latinoamericana en la actualidad. Terror, miedo e intriga llenan a
éste libro de un aire diferente, con un horror actual y cotidiano
que me ha encantado y que recomiendo encarecidamente.
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