Con “Malinche”, Laura Esquivel se ganó mi
corazón. Tenía que leerlo para mi clase de Literatura en el colegio y
lo cierto es que, como de costumbre, terminé amándolo y se fue
directo a mi top de favoritos del 2016. Quedé con el pique de probar más
de la mexicana y Como agua para chocolate, su novela más famosa, parecía la
opción más oportuna para ser mi siguiente lectura.
Lo
cierto es que tal y como el año pasado, Esquivel vuelve a tener un espacio en
mi top de favoritos, porque esta novela me ha fascinado. Es simplemente
increíble la manera en la que la literatura y la cocina se entremezclan en esta
entrega, formando así una novela hace un compacto genial, que les recomiendo
muchísimo, pues además guarda una estrecha relación con el realismo mágico, que
hace de este libro una obra maestra.
Si en Malinche
la escritora muestra su postura frente a las costumbres latinoamericanas, la
identidad del continente y el poder de la mujer, en Como agua para chocolate
las reafirma, a través de la historia de Tita, narrada mediante recetas
llevadas a cabo desde enero hasta diciembre en Piedras Negras, Coahuila,
México, mientras la Revolución Mexicana se apodera del pueblo.
Ella es la más pequeña de sus hermanas, por ende, debe cumplir con la costumbre familiar de que la hija menor no debe casarse, sino hacerse cargo de sus padres hasta la vejez, sin embargo, cuando Pedro Muzquiz llega a su vida, todo comenzará a cambiar.
Con “Malinche”, Laura Esquivel se ganó mi corazón. Tenía que leerlo para mi clase de Literatura en el colegio y lo cierto es que, como de costumbre, terminé amándolo y se fue directo a mi top de favoritos del 2016. Quedé con el pique de probar más de la mexicana y Como agua para chocolate, su novela más famosa, parecía la opción más oportuna para ser mi siguiente lectura.
Lo
cierto es que tal y como el año pasado, Esquivel vuelve a tener un espacio en
mi top de favoritos, porque esta novela me ha fascinado. Es simplemente
increíble la manera en la que la literatura y la cocina se entremezclan en esta
entrega, formando así una novela hace un compacto genial, que les recomiendo
muchísimo, pues además guarda una estrecha relación con el realismo mágico, que
hace de este libro una obra maestra.
Si
en Malinche la escritora muestra su postura frente a las costumbres
latinoamericanas, la identidad del continente y el poder de la mujer, en Como
agua para chocolate las reafirma, a través de la historia de Tita,
narrada mediante recetas llevadas a cabo desde enero hasta diciembre en Piedras
Negras, Coahuila, México, mientras la Revolución Mexicana se apodera del
pueblo.
Ella
es la más pequeña de sus hermanas, por ende, debe cumplir con la costumbre
familiar de que la hija menor no debe casarse, sino hacerse cargo de sus padres
hasta la vejez, sin embargo, cuando Pedro Muzquiz llega a su vida, todo
comenzará a cambiar.
Las
recetas típicas mexicanas se usan como nexo y metáfora de los sentimientos de los personajes,
siendo así las cebollas el motivo de sus lágrimas, las codornices lo que
impulsa su fe, los pétalos de rosa sus pasiones y así un largo etcétera.
Esquivel hace una fusión entre lo mágico y lo mundano, mediante una gran
variedad de temáticas, intentando demostrar un contexto histórico a
través de las costumbres y la figura femenina.
Dentro
de Como agua para chocolate es interesante ver una comparación entre los roles
tradicionales masculinos y femeninos, ya que la escritora intercambia los roles
completamente, mostrando cómo los varones son los débiles de la historia, pues son las
mujeres las que mandan sobre ellos, a través de las cuestiones de la
casa, llevando los esquemas patriarcales a la inversa, debido a que son
ellas las que tienen el poder.
La
cocina, típico espacio de represión masculina, las empodera, pues es allí donde
trascienden el estereotipo y se alzan sobre quienes las rodean. Esquivel organiza ese
espacio femenino de manera tan especial, que logra trascender y salir de los
cánones impuestos en la época, pues al hablar de cocina, pensamos en
un espacio cerrado, donde la mujer es esclavizada, que aquí se
transforma en un espacio de luz, donde Tita es feliz y muestra su lado
más feroz y cariñoso, al mismo tiempo que se aleja de los arquetipos
impuestos para ella.
La
autora, a través de distintos personajes, muestra los diversos papeles que
tenían las mujeres en esa época de la historia mexicana y latinoamericana. Tenemos a la más
fuerte, Mamá Elena, quien se presenta dura, rígida y maltratada por un hombre;
al igual que Rosaura, impaciente por preservar sus tradiciones, que surge como
un símbolo de lo antiguo y de la poca evolución de muchas. En contra posición
aparece Gertrudis, un ejemplo a seguir para Tita, pues toma el control de su
vida y sigue su sueño de luchar en la revolución, convirtiéndose así en una
mujer trasgresora, que rompe límites y que se encadena a la pasión que la
caracteriza. En consecuencia, cada mujer construida por
Esquivel viene a ejemplificar los distintos roles femeninos en la Revolución
Mexicana.
Mi
parte favorita es la revalorización que Esquivel hace comida, pues se
opone a esa figura de la cocina como un lugar opresivo y lo convierte en un
lugar de sabiduría y arte, donde los alimentos instauran un sistema de poder y
comunicación. En Como agua para chocolate, la cocina deja de ser un
martirio y se convierte en un micromundo paralelo, que es el inicio del
universo propio de Tita, para quien este arte culinario se torna su salvación
de los cánones que le imponen y la aleja de lo que se espera de ella, a través
de la ruptura casi imperceptible que consigue hacer.
Además, recordemos
que comer es una actividad que necesitamos hacer repetidas veces al día y que
toda saciedad del apetito es siempre provisional, pues vuelve a aparecer
constantemente, lo que permite concluir que la satisfacción no es más que una
ilusión pasajera. Esto se se vincula con el paradigma repetitivo al
que Tita es condenada, ligada al cuidado de su familia, a la par que la lleva a
reafirmar la cocina como un espacio sagrado, que gracias a la opresión se ha
ido devaluando, convirtiéndola en un sitio terrible, que la despoja de todo su
valor.
Tanto
es, que Laura Esquivel al recibir el premio como Mujer del año en 1992,
dijo que recordaba a su madre y abuela como sabias mujeres, que pasaron toda su
vida en una cocina y que al hacerlo se convirtieron en en “sacerdotisas,
grandes alquimistas que jugaban con el agua, el aire, el fuego, la tierra, los
cuatro elementos, que conforman la razón de ser del universo” y que le
transmitían la memoria de la vida, en las cuales recibió numerosas lecciones,
que son la base de una novela como esta, llena de cultura, simbolismos y
feminismo.
Mientras
Esquivel juega con las palabras, Tita juega con los ingredientes y cantidades,
dando resultados fenomenales en ambos casos, que se conjugan para crear un
traspaso escritora personaje, donde la gastronomía, como arte del gusto, y la
literatura, como concepción metafórica del gusto, se unen para formar grandes
metáforas y simbolismos, que concluyen que ambas disciplinas
alimentan el alma.
En
consecuencia, la comida es un sistema de comunicación y, así como la
literatura, tiene un poder inconsciente sobre todos aquellos que lo ingieran.
Además, tiene un elemento sexual sumamente fuerte, pues además de ser un lenguaje,
constituye un punto de partida para despertar el erotismo. Recuerdo con
mucha claridad una de las últimas recetas, donde ella recrea los colores de la
bandera mexicana con pimientos verdes, salsa blanca y semillas rojas,
simbolizando ese final feliz, esa liberación en pro de seguir sus deseos, que
le permite a Tita invertir, a través de algo tan masculino como el sexo y el
erotismo, los papeles tradicionales, mediante la comida, pues el
hombre, al sentarse a comer lo hecho por la mujer, se convierte en un ser
pasivo, mientras que ella toma el rol activo, entrando en su cuerpo por la boca
y yendo directamente al estómago (punto débil), pues para Esquivel, cocinar es
un “acto amoroso en la medida que te brinda la posibilidad de producir
placer a otra persona”.
De
igual forma, el rancho tiene poder en esta novela, pues está encaramado cerca
de un precipicio, protegido por un río, separado del resto del mundo. Esto
lo convierte en una fortaleza, donde Tita se nutre y, tal como el
Fénix, se alza desde sus cenizas y da pie a que todos sus descendientes
obtengan una mejor vida.
En
resumen, Esquivel rechaza represiva contra la mujer y defiende la equidad entre
ambos sexos y mediante Tita, siempre con un carácter heróico, que logra hacer
morir una tradición castrante, concluyendo que las revoluciones más
trascendentes son siempre internas.
En
definitiva, Como agua para chocolate no trata de ideologías, ni de luchas
represivas, sino del empoderamiento femenino a través de los cánones represivos
conocidos. Partiendo de la esclavitud de la cocina, Esquivel le permite
a sus personajes romper barreras y hacerlas evolucionar, invitándonos como
lectores a seguir sus pasos y así, como el agua para
chocolate, caliente, alzada sobre el fuego y humeante, nos elevemos
como Tita.
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