Ana Teresa Parra Sanojo, mejor
conocida como Teresa de la Parra, nació en París el 5 de octubre de 1889. A sus
dos años de edad, se mudó a tierras venezolanas, donde transcurrió su infancia
en la hacienda familiar El Tazón, cerca de Caracas y a sus 11 años es llevada a
Valencia, España, donde cursa sus estudios en el colegio de las Damas del
Sagrado Corazón, donde comenzó su interés por las letras y empieza a escribir
poesía.
Ya para 1910 regresa a Caracas y
comienza a escribir su obra, que se contextualiza en una época donde la
ocupación e interés de la mujer era inexistente en el plano literario, estando
influenciada por autores como Guy de Maupassant, Catulle Méndes y Valle-Inclán,
donde cinco años más tarde comienza su carrera literaria, con sus primeros
escritos publicados en revistas parisinas como Revue de L’ Amerique latine y es
en Venezuela donde empieza a destacar con trabajos como Un evangelio indo y La
leprosa y Flor de Loto; dos leyendas que son difundidas por el periódico El
Universal y la revista Lectura Semanal, donde firma bajo el seudónimo de
Fru-Fru, al igual que en la revista Actualidades, dirigida por Rómulo Gallegos.
Sus escritos causaron revuelo en la
sociedad caraqueña de principios del siglo XX y
posteriormente en Latinoamérica, pues se opuso al rol de la mujer de la
época, manejando un feminismo que los críticos han denominado “moderado”,
criticando e ironizando la cultura aristocrática venezolana.
“...Reconozco en Teresa de la
Parra, un alma sensible y delicada. En medio de mi descontento le estoy
agradecidísima. Indiscreta y piadosa, antes de lanzar mi diario a todos los
juicios lo retocó con esmero. Exageró gentilmente mis defectos con una
malevolencia impregnada de cariño y de bondad. Sabía que para obtener la
aprobación de medio público, era de todo punto indispensable merecer la
reprobación del otro medio; comprendió que algunos me llamarían deliciosa, a
costa de que otros muchos me llamasen detestable; se dijo previsora, que aun
aquellos que prodigan elogios, necesitan como garantía la de poder borrarlos en
un momento dado, con justas y enérgicas censuras; y presintió por fin llena de
interés, que para llevarme pronto por ese atajo que conduce al corazón de
todos, era preciso hacerme saltar por sobre el infortunio, la imperfección y
los errores, como se salta por sobre troncos y peñones para vadear un río”
Se dice que su seudónimo viene de la
costumbre familiar, pues desde su tatarabuela, llamada Teresa Jerez de
Aristigueta (que, por cierto, era prima de Simón Bolívar y madre de Carlos
Soublette), el nombre era una costumbre en su genealogía. Bajo su conocido
nombre, crítico a una sociedad caraqueña profundamente patriarcal, que reducía a
la mujer al único rol de ser una esposa sumisa. Para ella, la mujer debía ser
sana, fuerte e independiente, lo que la hizo parte de la “comidilla y chismes” de
la Caracas de su época, llegando incluso a considerar su obra como un peligro
en las manos de las señoritas.
Además, realizó un ensayo en Cuba
donde exploró la infulencia oculta de las mujeres en el Continente y en la vida
de Bolívar, con el que comenzó su tesis sobre la importancia del rol femenino
dentro de una gesta de hombre. Posteriormente, en 1931 habla del heroísmo
femenino en Colombia, haciendo una exposición que se basó en la influencia de las mujeres
en la formación del alma americana dentro de la época de la Conquista, la
Colonia y la Independencia, donde de nuevo abordó y desmitificó el rol sumiso
del género femenino.
En su conferencia “La influencia de
las mujeres en la formación del alma Americana” armó todo un documento lleno de crónicas y
cartas de la Conquista y la Colonia, e incluso tomó archivos personales que le
sirvieron para darle textura a las biografías de varias heroínas poco o nada
reconocidas, de manera que logró recuperar momentos y experiencias que llenaran
y explicaran todas las lagunas existentes dentro del proceso histórico
hispanoamericano que tienen que ver con un modo de ser, de sentir y de percibir
al mundo, partiendo de “desobedientes” para capturar la imaginación de sus
compatriotas; colocando argumentos tan interesantes y bien abordados como que “la biografía de Manuela Sáenz
ejemplifica la deformación y utilización de una experiencia vital. En este
caso, su nombre, al estar ligado al de Simón Bolívar, quedó absorbido como
parte de la vida amorosa del Libertador”.
“Muy halagada me tendría el
comprobar su predilección por mí sobre Teresa de la Parra si mi alma fuera de
un natural inclinado al triunfo, y si el brillar me ofreciera siempre en su
copa de oro la embriaguez deliciosa del éxito. Pero no es enteramente así. En
eso como en todo tengo mis caprichos. Me duele apagar a una rival y siento por
la pretendida autora de esa nueva Ifigenia cierta amistad sincera, donde se
mezclan cordialmente la compasión, el desdén y la simpatía”.
Ella era consciente del lugar
diseñado para las escritoras como ella, pues era una presa fácil dentro de ese
mundo reservado a lo masculino y partiendo de eso, se vale de las tretas del
débil y reinventa la forma de decirle al mundo que ella sabe dónde está y que
renuncia a eso que la rodea. Tuvo que enfrentarse a esa sociedad
normativa que, cuando se trataba de mujeres, veían el hecho de escribir como una
subversión del orden moral establecido, ya que este oficio se escapaba de los
modos de acción donde se desarrollaba lo femenino, es decir, si podían escribir
debían restringirse a los temas socialmente aceptables para el mundo femenino,
normalmente limitado únicamente a lo familiar y religioso, lo que hace que su
obra ilustre las luchas y sufrimientos padecidos por quienes abogaron por los
derechos de las mujeres y las minorías existentes.
Su primera novela “Ifigenia” se
llamó por primera vez “Diario de una
señorita que se fastidia” y fue publicada en 1924 y tomó el nombre del
personaje principal y que da el título al libro de la primera hija de Agamenón
en la mitología griega, que significa “mujer fuerte”, que se dice que no es más
que una autobiografía novelada y que abordaré el próximo domingo en la
siguiente entrada.
Siempre amante del café, los grandes
autores y la poesía, Venezuela estaba inyectada en sus venas, convirtiéndose en
una de las grandes escritoras nacionales y mundiales. Con Ifigenia logró
consagrarse como una de las mejores exponentes femeninas de la literatura
hispanoamericana, ganando el primer concurso dedicado a las letras en Caracas.
Teresa de la Parra evidencia que
quería demostrar si realmente existe una tradición literaria femenina y es
evidente que es uno de esos puntos de los que siempre se habla y pocos examina,
ella lo hizo a través del discurso y la narrativa, dando a entender que se cree
que existen ciertos temas únicamente femeninos a la hora de crear una obra
literaria, como los asuntos relativos al hogar, la familia, el amor y
cualquiera que se le parezca, y que deben ser una constante en las
autoras, donde ella demostró ese error,
mediante unas narraciones un tanto melodramáticas como consecuencia de lo
estipulado.
Ya para 1929 publica su segunda
novela, que llamó Las memorias de Mamá Blanca, donde realiza un análisis de la
sociedad venezolana de principios del siglo XX, con personajes que
caricaturizan a cada uno de los componentes de esa comunidad y refleja su paso
de un ente que cada vez avanza más hacia lo urbano.
Tampoco puedo dejar de lado que, a
pesar de que tuvo antecesoras como Magdalena Seijas, Rafaela Torrealba y Mina
Rodríguez, ninguna de ellas, aunque lograron intuir la existencia de un lugar
para la mujer más allá del hogar, llegó a
quitarse ese modo de oficio dentro de su imagen como “objeto del deseo”, mientras
que Teresa de la Parra habló del ideal necesario para que el colectivo lo
expusiera, en un efecto vitrina (para sí misma y para el mundo), representando
sus propios valores de representación a partir de las relaciones entre el
sujeto y el objeto.
El humor y la ironía de sus escritos convirtieron a su esencia en un tatuaje de
la literatura venezolana. Poseía la virtud de inmortalizar a un país dentro de
la época colonial que le dio una importancia histórica y necesaria a sus obras.
Se caracterizó por ser un ejemplo de feminismo y recalcaba siempre la
importancia de las mujeres en la sociedad y gracias a su legado, es posible
sentar las bases de la lucha femenina actual.
“La grande, pobre Teresa de la
Parra, seguramente nunca imaginó que su belleza física, exquisitos modales e,
inclusive, su soltería, le darían mayor inmortalidad, “de boca en boca”, que
sus dos libros publicados, que todo cuanto dejó escrito”.
Teresa de la Parra fue periodista,
novelista, articulista y cuentista en las revistas, editoriales y periódicos de
la época, siendo elogiada por grandes críticos y estando íntimamente ligada a su
compañera Gabriela Mistral, con quien compartió el amor por las letras. Murió
rodeada de su madre, hermanas y de su amiga cubana Lydia Cabrera, gracias a una
tuberculosis que se afianzó desde el año 1931 hasta acabar con ella en 1936,
siendo enterrada en Madrid y trasladada 11 años más tarde al Cementerio General
del Sur y posteriormente al Panteón Nacional.
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