Ya hablé de Ifigenia
en mi entrada anterior y de lo mucho que me gusta esta escritora. En Las
memorias de Mamá Blanca, vuelve a introducir rasgos autobiográficos, en los que
narra los episodios vividos durante su infancia en la hacienda de su padre,
donde presenció las costumbres de la vida en el campo, así como las relaciones
familiares, enmarcadas en los juegos e inquietudes de las cinco hermanas
complejas que habitaban en ese sencillo mundo y que compartían una entrañable
relación con su madre.
Conocemos a una
editora ficticia que contiene las memorias de mamá Blanca, que le pidió no
contar a nadie. Su verdadero nombre es Blanca Nieves, y vivía en la hacienda
Piedra Azul con sus padres y 5 hermanas, que relata en detalle y que se basan
en su verdadera familia, pues de la Parra afirma que la razón principal que
tenía para esta novela, era revivir a
sus ancestros, a lo que expresó que “Me
dolía tanto que mis muertos se volvieran a morir conmigo que se me ocurrió la
idea de encerrarlos aquí.”
De nuevo, hace una
bella metáfora sobre la sociedad venezolana que no terminó en la Independencia
y que se alargó hasta principios del siglo XX, representados en el pedacito de
mundo de la hacienda donde hacían caña de azúcar- En cada capítulo, describe
algún actor de dicha sociedad y cómo se relacionan entre sí, logrando hablar de
varios modelos políticos y doctrinas, como la aristocracia, el caudillismo y la
democracia.
Teresa de la Parra
introduce un personaje fascinante como es Vicente Cochocho, que personifica el
pueblo, es un peón empobrecido y un “buen salvaje”. Generoso, alegre, cortés,
humilde y creyente, es un hombre de honor, caudillo y muy resignado, porque “¡Quién
ha visto peón negro con casa de teja”, con quien Mamá Blanca da su visión “pesimista”
de la democracia que amenaza con venir, dentro de la “república de las vacas”,
donde l ganado vive en condiciones desiguales, pero todos están contentos por
el trato del populista, que las hace producir y le roba al dueño de las
haciendas.
Todo desaparece con la migración a la ciudad, donde las niñas dejan de ser princesas y pasan a ser “hormigas, quienes al caminar unas tras otras se pierden felices dentro del anónimo y la uniformidad”, donde muere una de las niñas, como si con eso se acabaran los tiempos de la colonia, donde existe un orden jerárquico cargado de grupos pequeños que estaban en su propio universo, viendo el pasado como una “edad de oro”, a la que no se puede volver, porque les pasa como a Vicente Cochocho, que se lo comen los zamuros.
De nuevo, la
venezolana narra algo tan sencillo como las memorias de la abuela Mamá Blanca,
comenzando con los breves encuentros entre una niña y la anciana, que le dan
forma a toda la obra. “Éste es el retrato de mi memoria. Lo dejo entre tus
manos", le dice, presentando la revelación de las siguientes páginas, que
empiezan a presentar a Aurora, Violeta, Estrella, Rosalinda, Aura y Blanca,
donde descansan los recuerdos de su madre y que retratan su traslado hacia la
capital, donde son víctimas del maltrato de una ciudad que las desconoce, que
las lleva de la repulsión a la aceptación de un destino digerido con calma,
pues la ciudad era ahora su hogar, encaminando un nuevo siglo que deja de lado
a las costumbres y abierto a las modernidades.
Introduce la imagen
del machismo que seguía reinando en Venezuela y América Latina, en una obra
donde la vida femenina domina y rodea la actividad del resto de los personajes,
sin comportarse como víctimas de la sociedad, donde además, coloca la figura
del atraso frente a la modernidad europea, a causa de la historia nacional,
colocando al mundo tradicional como la
representación de los recuerdos del pasado como verdadero paraíso, con los
personajes masculinos como representación de lo moderno y los femeninos como
los tradicionales.
En definitiva, en
esta entrega, la escritora deja un testimonio de sus raíces venezolanas, que
una vez más deja en claro sus ideales acerca del comportamiento y rol de la
mujer en sociedad, cuestionándose el paso a la modernidad como algo realmente
positivo y cómo rompe el vínculo con lo tradicional, donde expone algunos de
sus recuerdos, en conjunto con sus opiniones detrás de la lectura.
No entiendo nada
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