Ay.
El siglo XX introdujo una serie de cambios en la forma
y concepción de vida de la mujer, es en este período donde comienza a
consolidar su voz ante la sociedad, a ser consciente de sus derechos como individuo
y a exigirlos, buscando gozar de las mismas libertades masculinas, mientras que
adquieren campo dentro de la literatura. Teresa de la Parra revolucionó la
narrativa venezolana hasta el momento, introduciendo una novela como Ifigenia,
que le da preponderancia al discurso femenino.
En Ifigenia o Diario de una señorita que se fastidia, nos presenta la historia de María Eugenia Alonso, una joven que después de estudiar en un colegio de monjas, se muda a París, donde disfruta de las novedades de una gran ciudad, pero al volver a Caracas choca con la mentalidad colonial propia del continente, donde los convencionalismos de su entorno irán ahogando su espíritu rebelde e independiente.
En Ifigenia o Diario de una señorita que se fastidia, nos presenta la historia de María Eugenia Alonso, una joven que después de estudiar en un colegio de monjas, se muda a París, donde disfruta de las novedades de una gran ciudad, pero al volver a Caracas choca con la mentalidad colonial propia del continente, donde los convencionalismos de su entorno irán ahogando su espíritu rebelde e independiente.
En Ifigenia deja descubierto al mundo interno y
externo de la señorita de buena familia, cargada de prohibiciones, prejuicios,
imposiciones sociales y metas indiscutibles, fijadas en hechos como el
matrimonio, en una especie de confesión pasional, que penetra en la historia
femenina: sus fracasos, decepciones y todo lo que las aqueja o alegra en
silencio, rompiendo ese elemento y
mostrando la cara oculta de la mujer venezolana en plenos tiempos de cambio.
Teresa de la Parra dijo que esta es la escritura de “una
carta muy larga donde las cosas se cuentan como en las novelas” y su diario,
donde se nombra a sí misma a la par que cuenta la crisis de identidad de María
Eugenia Alonso, que mediante cartas le habla a su amiga Cristina de Iturbe,
como modo de catarsis, donde se explora a sí misma y concluye que una carta muy
larga donde las cosas se cuentan como en las novelas”, a lo que agrega que “tengo
la pretensión de creer que valgo un millón de veces más que todas las heroínas
de las novelas que leíamos en verano tú y yo, las cuales, dicho sea entre
paréntesis me parece ahora que debían estar muy mal escritas”.
Ifigenia guarda un tono íntimo y confesional, que conforma su aparente verdad, en una actitud de defensa de la verosimilitud como novela, a lo que expresa que “Tú y yo, todos los que andando por el mundo tenemos algunas tristezas, somos héroes y heroínas en la propia novela de nuestra vida, que es más bonita y mil veces mejor que las novelas escritas”; enmarcado dentro de un espacio confesional y catártico, pues la escritura de su diario se realiza en un espacio íntimo, dentro de la soledad del cuarto de la protagonista, que busca evitar una posible irrupción de cualquier elemento externo, pues el encierro es la única alternativa para realizar la escritura que le apasiona, ante una imposible libertad frente a la mentalidad colonial, siendo su soledad el espacio donde logra desarrollar su actitud crítica frente al medio familiar y social que amenaza su libertad de reflexión, siendo ese espacio donde logra ejercer su autoría como escritora, que debe disfrazar en aquellos momentos en los que se ve descubierta, logrando justificarse con irónicas comparaciones que aluden a sucesos ligados a la vida femenina.
Ifigenia guarda un tono íntimo y confesional, que conforma su aparente verdad, en una actitud de defensa de la verosimilitud como novela, a lo que expresa que “Tú y yo, todos los que andando por el mundo tenemos algunas tristezas, somos héroes y heroínas en la propia novela de nuestra vida, que es más bonita y mil veces mejor que las novelas escritas”; enmarcado dentro de un espacio confesional y catártico, pues la escritura de su diario se realiza en un espacio íntimo, dentro de la soledad del cuarto de la protagonista, que busca evitar una posible irrupción de cualquier elemento externo, pues el encierro es la única alternativa para realizar la escritura que le apasiona, ante una imposible libertad frente a la mentalidad colonial, siendo su soledad el espacio donde logra desarrollar su actitud crítica frente al medio familiar y social que amenaza su libertad de reflexión, siendo ese espacio donde logra ejercer su autoría como escritora, que debe disfrazar en aquellos momentos en los que se ve descubierta, logrando justificarse con irónicas comparaciones que aluden a sucesos ligados a la vida femenina.
Así, María Eugenia intenta persuadir a la autoridad
patriarcal, personificada en César Leal, su prometido, que le recalca que es imposible
que ella pueda ser autora de algún tipo de literatura más allá de las recetas
de cocina, pues él es una figura pública y su autoridad se apoya en esto, es
Senador, Doctor en Leyes, Director del Ministerio, lo que hace que ella pase de
ser el sujeto del enunciado al sujeto de la enunciación a través de sus cartas;
en conjunto con la figura de su abuela, que para ella representa los patrones
sociales y morales establecidos, que atentan contra la capacidad de las mujeres
a principios del siglo XX en Caracas.
Es por ello que la protagonista escribe una larga carta y un diario, que considera como formas expresivas pasadas de moda que observan a la heroína romántica que ella conoce y de la que quiere ser diferente, donde parece encontrarse a sí misma, nombrando aquello que la define y refleja como un acto privado lleno de soledad, que propicia su momento sagrado y que hace de este la única alternativa para reflexionarse ante la libertad en el criterio familiar, que refleja no solo la lucha de la mujer que intenta hacer valer sus derechos en igualdad, en un entorno donde las ordenes vienen dadas por el género masculino y por sus intereses, sino también al discurso narrativo en el que la autora femenina y feminista construye una voz que enuncia a la mujer desde su propia realidad.
Es por ello que la protagonista escribe una larga carta y un diario, que considera como formas expresivas pasadas de moda que observan a la heroína romántica que ella conoce y de la que quiere ser diferente, donde parece encontrarse a sí misma, nombrando aquello que la define y refleja como un acto privado lleno de soledad, que propicia su momento sagrado y que hace de este la única alternativa para reflexionarse ante la libertad en el criterio familiar, que refleja no solo la lucha de la mujer que intenta hacer valer sus derechos en igualdad, en un entorno donde las ordenes vienen dadas por el género masculino y por sus intereses, sino también al discurso narrativo en el que la autora femenina y feminista construye una voz que enuncia a la mujer desde su propia realidad.
Ifigenia es en la mitología griega la hija mayor de
Clitemnestra y Agamenón y dice la leyenda que cuando las fuerzas griegas se
preparaban para ir a Troya, un fuerte viento del norte los retuvo y un adivino
reveló que Artemis estaba furiosa y la única manera de calmarla para obtener
vientos favorables era sacrificar a Ifigenia.
En la novela viene a representar, así como en la
tragedia, la bella doncella entregada al sacrificio, visto en el matrimonio, a
lo que ella dice que “Como
en la tragedia antigua soy Ifigenia; navegando estamos en plenos vientos
adversos, y para salvar este barco del mundo [...] es necesario que entregue en
holocausto mi dócil cuerpo...”, solo que no busca apaciguar a Artemis, sino
aquel que debe “apaciguar las iras de ese Dios de todos los hombres”, que
describe como “un dios milenario de siete cabezas que llaman sociedad, familia,
honor, religión, moral, deber, convenciones, principios”.
Además, a lo largo de la novela, se describen un
conjunto de personajes que ilustran la realidad de la Venezuela gomecista y la
mentalidad positivista e idealista, que nos demuestra que la Colonia no había
muerto durante la Independencia, pues nos relata el mundo de las clases altas y
medias, con una gran admiración por la geografía tropical propia del
continente.
En definitiva, Teresa de la Parra nos presenta a María
Eugenia Alonso, que se niega a aceptar su destino: el fastidio, ser una mujer
prisionera, desheredada, esclava y tutelada por su familia, donde debe exhibirse
como en una vitrina para que los jóvenes ricos la vean y le propongan
matrimonio, conformista ante el sacrificio, donde la tradición colonial se
impone y el miedo la detiene, aunque logra ver en la maternidad una salvación,
por donde logró la perpetuación de su legado.
Aquí un trabajo muy interesante sobre la autora y la
obra: http://www.scielo.org.co/pdf/folios/n43/n43a01.pdf
Excelente trabajo y una sesión muy interesante.
ResponderEliminarExcelente trabajo y una sesión muy interesante.
ResponderEliminarLo critico del Yo en un medio dominado por el convencionalismo y contadas oportunidades, hace de la obra de Teresa De La Parra un excelente bocado para la Formación de Liderazgos q trascienda y vivan por mucho tiempo. Agradecido, ya tengo mi Ifigenia en casa...mí bella Ifigenia
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