Viva la
literatura venezolana.
Como
cada año, me he propuesto seguir con el Proyecto Venezuela que tanto
me apasiona. En vista de que el manifiesto por parte de las
editoriales ha sido casi inexistente, hacerlo por mi cuenta me
parecía la mejor opción, así que al ver Cuando quiero llorar no
lloro entre los libros de mi abuelo, no dudé en pedírselo y he
quedado gratamente sorprendida. Ya conocía al autor por Casas
muertas (no sé si hacer una reseña de esta novela), que leí hace
varios años en clase de castellano, por lo que acostumbrarme a su
estilo no fue difícil, sin embargo, el argumento ha sido innvador y
me ha encantado.
La
novela comienza pocos días antes del derrocamiento de Rómulo
Gallegos por parte de Pérez Jiménez y cuenta la historia de tres
venezolanos de distintas clases sociales que comparten el mismo
nombre (Victorino), la misma fecha de nacimiento (8/11/48) y de
muerte (8/11/66). El primer joven, Victorino Pérez, es un joven de
clase baja que se vuelve un criminal, el segundo, Victorino Perdomo,
de clase media, se una a la guerrilla y Victorino Peralta, de clase
alta, se liga a una pandilla de niños ricos. Las anécdotas de los
tres muchachos forman un vínculo que le permite a Otero plasmar la
condición de cada uno de los estratos sociales para la época y los
efectos de la violencia e inestabilidad política que el período
mencionado.
Es así
como el autor construye una obra de arte, que nos lleva a
cuestionarnos cuántos niños ricos lo han tenido todo sin
merecérselo, cuántos comunistas creen que con una ideología todo
se resuelve y cuántos muchachos pobres que no tuvieron o no buscaron
la oportunidad de un destino mejor se han perdido en las calles de
Venezuela. Para la época, la vida valía dos centavos y no ha
cambiado mucho. Luego de 40 años, la violencia sigue siendo el
tejido vital de todas las clases sociales venezolanas, donde la
política ha sido capaz de llevar a un país con miles de
posibilidades a un hueco y todavía no somos capaces de verlo.
Otero
Silva utiliza diferentes herramientas y recursos literarios en cada
uno de sus capítulos, incluyendo pasajes donde es notorio el
surrealismo y donde la relación se mezcla de formas hermosas,
haciendo un libro cargado de muchos libros, comenzando con un prólogo
que parece no pertenecer a la novela y que termina siendo un capítulo
más de la obra, unidas todas por sutiles vínculos que pasan por
desapercibidos si no se les da la profundidad necesaria.
El tema
político aparece como de costumbre, pero el autor muestra mayor
preocupación por el tema socioeconómico, que muestra el paso en la
madurez narrativa del escritor, con una vigencia increíble después
de cuarenta y tantos años, con un estilo fantástico y fluido,
dentro de una trama sencilla y un lenguaje muy bien cuidado, que
narra una época marcada por la violencia y una situación difícil a
nivel económico, social y político, tomando como título una frase
del poema “Canción del otoño en primavera”, de Rubén Darío,
donde el nicaragüense expresa que la juventud es un divino tesoro
que se va para no volver, siendo el tiempo pasado siempre mejor,
donde describe diferentes tipos de mujeres que hablan de ciertos
tipos de crisis sociales y políticas, concluyendo que “cuando
quiero llorar no lloro” y “ a veces lloro sin querer”
(nostalgia del pasado).
Miguel
Otero Silva construyó una historia hilvanada con suma precisión,
encerrado por horas paralograr su cometido, donde hablaba de la
rebeldía venezolana, incluyendo la suya, reivindicando un país que
le dolía, haciendo, además, una metáfora cruel y compleja que va
más allá de la historia de los Victorinos, pues hay quien afirma
que el escritor lloró muy pocas veces en su vida y, cuando lo hacía,
nunca era sin quererlo; dejando muy claro las diferencias sociales de
sus personajes, que pone en contraposición la juventud y la adultez,
mezcladas con un idealismo perfecto, que nos hace reflexionar sobre
el valor de la rebeldía y el sacrificio juvenil por la patria,
¿realmente vale la pena y tiene sentido? No sé. Es una pregunta muy
individual.
Sin
embargo, parece ser esta la intención del venezolano, ya que cada
Victorino se encuentra en una decisión conflictiva que marcará el
rumbo de su vida, con el sentimiento de sentirse atrapados que los
relaciona, dentro de la sociedad y familia en la que nacieron. En los
tres se destaca el deseo de escapar y huir del país, ya que ninguno
quiere adaptarse a la clase en la que han nacido, queriendo demostrar
que aunque no pudieron determinar dónde nacer, si pueden forjar su
propio destino. Los tres chicos se mantienen fieles a su manera de
ver el mundo y cómo se enfrentan a esa realidad adversa, encontrando
la muerte el día de su cumpleaños número 18, mientras sus tres
madres cruzan el cementerio en zonas diferentes, dentro de un
capítulo que enmarca el título de la obra.
Sin
duda alguna no puedo dejar de lado que, a pesar de todas las
advertencias hechas y dejadas en los libros, la Venezuela actual está
dentro de Cuando quiero llorar no lloro, en esos jóvenes que quieren
huir de una sociedad que nunca podrán abandonar. La violencia
representada en Victorino Pérez es cada día más común en la
juventud, llena de atracos y secuestros, siendo siempre las víctimas
y los victimarios, en una sociedad que sigue cultivando un millón de
ellos, enmarcados en un contexto político violento, sucio, lleno de
corrupción y bajo un falso manto de democracia, cuando estamos
plagados de la dictadura más cruda de la historia contemporánea
venezolana, donde el socialismo te rompe las piernas para que les
agradezcas por las muletas (malditas cajas del CLAP).
En
definitiva, una novela que articula juventud y violencia, escrita
hace casi medio siglo y que tiene más vigencia que nunca, que le
habla a una nueva camada de jóvenes que cada vez se parecen más a
los tres Victorinos que plantea. Es así como la lectura de Cuando
quiero llorar no lloro es un ejercicio de búsqueda histórica y el
reflejo de una sociedad que llora a gritos sin querer.
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