Cuando quiero llorar no lloro, Miguel Otero Silva.

 

Viva la literatura venezolana.

Como cada año, me he propuesto seguir con el Proyecto Venezuela que tanto me apasiona. En vista de que el manifiesto por parte de las editoriales ha sido casi inexistente, hacerlo por mi cuenta me parecía la mejor opción, así que al ver Cuando quiero llorar no lloro entre los libros de mi abuelo, no dudé en pedírselo y he quedado gratamente sorprendida. Ya conocía al autor por Casas muertas (no sé si hacer una reseña de esta novela), que leí hace varios años en clase de castellano, por lo que acostumbrarme a su estilo no fue difícil, sin embargo, el argumento ha sido innvador y me ha encantado.

La novela comienza pocos días antes del derrocamiento de Rómulo Gallegos por parte de Pérez Jiménez y cuenta la historia de tres venezolanos de distintas clases sociales que comparten el mismo nombre (Victorino), la misma fecha de nacimiento (8/11/48) y de muerte (8/11/66). El primer joven, Victorino Pérez, es un joven de clase baja que se vuelve un criminal, el segundo, Victorino Perdomo, de clase media, se una a la guerrilla y Victorino Peralta, de clase alta, se liga a una pandilla de niños ricos. Las anécdotas de los tres muchachos forman un vínculo que le permite a Otero plasmar la condición de cada uno de los estratos sociales para la época y los efectos de la violencia e inestabilidad política que el período mencionado.

Es así como el autor construye una obra de arte, que nos lleva a cuestionarnos cuántos niños ricos lo han tenido todo sin merecérselo, cuántos comunistas creen que con una ideología todo se resuelve y cuántos muchachos pobres que no tuvieron o no buscaron la oportunidad de un destino mejor se han perdido en las calles de Venezuela. Para la época, la vida valía dos centavos y no ha cambiado mucho. Luego de 40 años, la violencia sigue siendo el tejido vital de todas las clases sociales venezolanas, donde la política ha sido capaz de llevar a un país con miles de posibilidades a un hueco y todavía no somos capaces de verlo.

Otero Silva utiliza diferentes herramientas y recursos literarios en cada uno de sus capítulos, incluyendo pasajes donde es notorio el surrealismo y donde la relación se mezcla de formas hermosas, haciendo un libro cargado de muchos libros, comenzando con un prólogo que parece no pertenecer a la novela y que termina siendo un capítulo más de la obra, unidas todas por sutiles vínculos que pasan por desapercibidos si no se les da la profundidad necesaria.

El tema político aparece como de costumbre, pero el autor muestra mayor preocupación por el tema socioeconómico, que muestra el paso en la madurez narrativa del escritor, con una vigencia increíble después de cuarenta y tantos años, con un estilo fantástico y fluido, dentro de una trama sencilla y un lenguaje muy bien cuidado, que narra una época marcada por la violencia y una situación difícil a nivel económico, social y político, tomando como título una frase del poema “Canción del otoño en primavera”, de Rubén Darío, donde el nicaragüense expresa que la juventud es un divino tesoro que se va para no volver, siendo el tiempo pasado siempre mejor, donde describe diferentes tipos de mujeres que hablan de ciertos tipos de crisis sociales y políticas, concluyendo que “cuando quiero llorar no lloro” y “ a veces lloro sin querer” (nostalgia del pasado).

Miguel Otero Silva construyó una historia hilvanada con suma precisión, encerrado por horas paralograr su cometido, donde hablaba de la rebeldía venezolana, incluyendo la suya, reivindicando un país que le dolía, haciendo, además, una metáfora cruel y compleja que va más allá de la historia de los Victorinos, pues hay quien afirma que el escritor lloró muy pocas veces en su vida y, cuando lo hacía, nunca era sin quererlo; dejando muy claro las diferencias sociales de sus personajes, que pone en contraposición la juventud y la adultez, mezcladas con un idealismo perfecto, que nos hace reflexionar sobre el valor de la rebeldía y el sacrificio juvenil por la patria, ¿realmente vale la pena y tiene sentido? No sé. Es una pregunta muy individual.

Sin embargo, parece ser esta la intención del venezolano, ya que cada Victorino se encuentra en una decisión conflictiva que marcará el rumbo de su vida, con el sentimiento de sentirse atrapados que los relaciona, dentro de la sociedad y familia en la que nacieron. En los tres se destaca el deseo de escapar y huir del país, ya que ninguno quiere adaptarse a la clase en la que han nacido, queriendo demostrar que aunque no pudieron determinar dónde nacer, si pueden forjar su propio destino. Los tres chicos se mantienen fieles a su manera de ver el mundo y cómo se enfrentan a esa realidad adversa, encontrando la muerte el día de su cumpleaños número 18, mientras sus tres madres cruzan el cementerio en zonas diferentes, dentro de un capítulo que enmarca el título de la obra.

Sin duda alguna no puedo dejar de lado que, a pesar de todas las advertencias hechas y dejadas en los libros, la Venezuela actual está dentro de Cuando quiero llorar no lloro, en esos jóvenes que quieren huir de una sociedad que nunca podrán abandonar. La violencia representada en Victorino Pérez es cada día más común en la juventud, llena de atracos y secuestros, siendo siempre las víctimas y los victimarios, en una sociedad que sigue cultivando un millón de ellos, enmarcados en un contexto político violento, sucio, lleno de corrupción y bajo un falso manto de democracia, cuando estamos plagados de la dictadura más cruda de la historia contemporánea venezolana, donde el socialismo te rompe las piernas para que les agradezcas por las muletas (malditas cajas del CLAP).

En definitiva, una novela que articula juventud y violencia, escrita hace casi medio siglo y que tiene más vigencia que nunca, que le habla a una nueva camada de jóvenes que cada vez se parecen más a los tres Victorinos que plantea. Es así como la lectura de Cuando quiero llorar no lloro es un ejercicio de búsqueda histórica y el reflejo de una sociedad que llora a gritos sin querer.


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