Viva la narrativa
japonesa.
El amor y la venganza
parecen ser compañeros inseparables. Desde el título, Kawabata señala dos
grandes aspectos que definen al mundo: lo bello y lo triste, uniéndolos con la
conjunción “y” y haciéndolos un conjunto con dos caras, que se presenta en cada
uno de los personajes, sobre todo con su protagonista, siendo el lado “bello”
su cara positiva y el “triste” lo oscuro que tenemos que desentrañar, en una
dualidad entre lo de afuera y lo de adentro, la vida y la muerte, el amor y el
odio, el placer y el dolor.
El escritor Toshio
Oki decide viajar a Kyoto para escuchar el sonido de las campanas de los antiguos
santuarios de la ciudad cada año nuevo. Busca encontrarse con Otoko, una
reconocida pintora, su antigua amante y la inspiración de su novela de mayor
éxito, quien comparte su vida con Keiko, una joven apasionada de tan solo 20
años, que desencadena todo un drama de odio, amor y venganza.
Como en la mayoría de
las novelas japonesas, Lo bello y lo triste aborda las infinitas pasiones que
contiene el alma humana y que se manifiestan a través del “amor”, reflejando la
venganza, la soledad, la vergüenza, el dolor y el estigma de los celos que se
esconden tras él. Tras una máscara de frialdad y el anhelo de que la pasión
siga viva, nuestros protagonistas se reencuentran buscando dar a entender los
deseos de su corazón. Sin embargo, no cuentan con los celos desenfrenados de
Keiko, que cual Afrodita, utiliza sus artes de seducción, para sembrar tras su
paso el sufrimiento y el dolor, sin detenerse ante nada, tejiendo una red fina
y delgada, cual araña, donde se ve envuelta, convirtiéndose en su víctima y
verdugo, siendo este el preludio de su singular venganza.
Es así como en los
primeros cuatro capítulos, Kawabata presenta el lado bello de Otoko: su físico,
su armonía, el amor que entrega, su serenidad, con mesura, esfuerzo,
transmitiendo tranquilidad. Ya a partir del capítulo cinco, comienza a
deslumbrarnos con su lado triste, pues todos los elementos anteriormente
mencionados presentan un lado contrario y negativo. Da a conocer su lado
pasional que no controla, que la hace una manipuladora vengativa, a través de
una especie de némesis utilizando a Keiko, siendo esta la culpable ante la luz,
mientras que Otoko lo es en las sombras.
El japonés consigue
hacer descripciones tan atractivas de Otoko en los primeros capítulos, que
nosotros como lectores, seducidos, nos negamos a ver su lado perverso. Él
construye un aire irresistible a su alrededor, porque parece ser la víctima de
la historia, recayendo sobre Keiko toda la culpa, por mostrarse realmente como
un personaje caprichoso, infantil y obsesionado. Sin embargo, ¿no es Otoko su
maestra? ¿no es ella quien la incita a hacer “algo” en su nombre? Ella lo sabe
todo, sutilmente la ayuda a ir más lejos, a costa de los recuerdos de Toshio,
haciendo que esta sienta la necesidad de derribarlo para conquistarla,
llevándola a la venganza más cruel de todas: la muerte de su hijo, tal y como
el suyo.
Kawabata analiza con
una sensibilidad digna de admirar los diferentes sentimientos de diversas
mujeres en cuestión a Toshio, haciendo un profundo estudio psicológico del alma
femenina. En primer lugar, presenta a Otoko, que vive enamorada del hombre que
causó su desgracia y que parece ser capaz de amar, sufrir y perdonarlo,
encarnando la imagen de la “mujer enamorada” que espera por el eterno amor que
vendrá en su búsqueda.
Es en este punto
donde Keiko, su discípula, aparece, tejiendo una compleja tela de araña y
creando un complicado juego de venganza para acabar con Toshio. Sin duda alguna
(y a pesar de todo), me encanta este personaje, pues su complejidad es inmensa.
Para mí, sigue siendo un enigma toda la trama que se construye alrededor de su
amor y sus celos llevados al límite. Diversas circunstancias la han llevado a
ser así, impulsiva, apasionada y bella, al igual que manipuladora y cruel,
donde sus celos se convierten en una patología mental grave que termina
destruyéndola, pues el centro de su odio es el hombre al que todavía ama quien
ella ama.
Frente a la presencia
de estas dos mujeres tormentosas, encontramos a Fumiko, la esposa de Toshio,
que se encarga de transcribir todos los textos de su esposo, donde se encuentra
con el manuscrito de “una chica de dieciséis”, que narra su amorío con Otoko,
que la llena de amargura por la frialdad y el comportamiento de su esposo,
dando pie a un intenso rencor por su traición, haciendo que, de nuevo, el peso
de los celos se apodere de su mente cuando piensa en su “rival”, dando a
entender que dicho sentimiento (celos) es una medicina amarga, peligrosa y una
espada de doble filo. Sin embargo, es incapaz de separase de él, en una especie
de posesión extrema, convirtiéndose en una mujer dura, irascible y sumamente
irónica.
Dejando de lado
ciertos personajes femeninos y en contraposición a dichas figuras, los
personajes masculinos de esta novela se muestran incapaces de comprenderlas. Sobre
todo Toshio no ha podido olvidar a su primera amante, pues ninguna otra mujer
lo ha llenado tanto como ella, que surge como una “criatura extraordinaria”,
una especie de mujer entre las mujeres y su amor perfecto, que se ve impedido
por la enigmática figura de Keiko, que para él representa el fin de la vida de
su hijo y la ruptura de su amor con Otoko.
De una manera
magistral y muy a la japonesa, Kawabata nos presenta las distintas formas de “amar”
que como seres humanos hemos desarrollado. Nos describe los momentos de pasión
llenos de belleza y sensualidad entre Toshio y Otoko; donde destaca su madurez
en la manera de entender el arte de amar y la intensidad de sus sentimientos a
la hora de entregarse. Por otra parte, aborda el amor sáfico que hay entre
Otoko y Keiko, dando a entender que son una especie de amantes obsesivas,
desarrollando en esta un complejo enigma, pues parece tomar la posición mental
de un hombre.
Kawabata presenta una
búsqueda constante de la belleza. Comienza por el cuerpo de Otoko, pasa por el
rostro de Keiko y finaliza con la presencia del paisaje, en un ideal de
perfección, evocada en cosas como el festival de la Luna llena, haciendo de su
prosa belleza en estado puro.
De esta manera,
aborda en Lo bello y lo triste el significado de la condición humana y las
consecuencias de un amor que trajo la dicha y la amargura a sus protagonistas,
que envuelve tras un fino velo la tristeza, el sufrimiento y el dolor que le
trae a sus personajes. Así, Kawabata alude a la fugacidad del tiempo, un tema
al que recurre constantemente en su narrativa, simbolizado en conceptos como la
juventud o la felicidad, que se escapan de nuestras manos como arena entre los
dedos.
En definitiva, el
japonés ha representado a través de las páginas de esta obra los laberintos de
la pasión y los celos en figuras como Keiko, Toshio y Otaka, ligados a una
especie de castigo divino y de venganza eterna, que destruye todo lo que toca.
Kawabata presenta un manual sobre la belleza, conjugado con su refinado
lenguaje y la gran caracterización psicológica de los personajes, llevándolos a
los límites de la moral y la conciencia, mostrando algunos de los secretos más
oscuros de la mente humana, en una especie de espiral cargado de sentimientos
encontrados y el amargo sabor de ese plato que se sirve frío.
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