Heracles era hijo de
Zeus y Alacmena, esposa de Anfitrión y fue concebido a lo largo de tres noches,
sin que afectara el orden de los tiempos, siendo las siguientes más cortas. El
día de su nacimiento resonó el trueno en Tebas, anunciando la gloria del más
grande semidiós del Olimpo.
Alacmena dio a luz a
dos bebés, Heracles e Ificles. Anfitrión, curioso por saber cuál era su hijo,
envió dos serpientes a husmear la cuna de los mellizos. Ificles comenzó a huir,
pero Heracles despedazó a la serpiente, demostrando que era hijo de Zeus.
Como siempre, Hera
llena de celos, envió al recién nacido dos terribles dragones para que los
despedazaran, pero el niño, sin espanto, los trituró y los hizo pedazos. Palas
logró calmarla hasta que ella accedió a darle de mamar al hijo de Alacmena y,
al dejar caer algunas gotas de leche sobre el cielo, dio origen a la vía láctea.
Heracles fue educado
por los más grandes maestros de toda Grecia. Autólico le enseñó la lucha,
Eurito el manejo del arco, Eumolpo el canto, Cástor y Pólux la gimnasia, Elio a
tocarla lira y Quirón la astronomía y la medicina. Su fisionomía era impactante
y poseía una gran fuerza. Era, además, un gran bebedor que necesitaba la fuerza
de dos hombres para levantar su jarro.
Al crecer, el joven
se retiró a un lugar apartado para pensar a qué se iba a dedicar. Estando ahí,
dos grandes mujeres se le aparecieron. Eran Virtud, hermosa, digna y modesta y
Voluptuosidad, de grandes curvas y ojos encendidos, que le propusieron un gran
futuro, quedándose con Virtud, otorgándole una vida dura y trabajosa.
Poco tiempo después,
Hera vertió sobre la copa de Heracles un veneno que lo enloqueció y lo llevó a
matar a su familia, confundiéndolos con sus enemigos. Como castigo, fue enviado
con Euristeo, para servirlo por doce años. Este, que era primo de la diosa, se
dejó llevar por sus consejos, le encomendó las tareas más difíciles,
construyendo así los 12 trabajos del semidiós.
Antes de que diesen
comienzo sus doce trabajos, los dioses le dieron herramientas para
sobrevivirlos. Atenea le dio una túnica, Hefesto una coraza de oro, Poseidón le
dio dos caballos, que simbolizan la razón y la emoción, que separa y destruye.
Hermes le dio el análisis mental y el sentido de la discriminación, y por
último, Apolo le dio un arco de luz y una flecha, para apuntar hacia la luz que
ilumina la oscuridad en su sendero,
cuando así lo necesitara.
Así, empezaron sus
doce trabajos. El primer consistía en matar al león de Nemea y tomar su piel;
matar a la Hidra de Lerna; capturar al jabalí de Erimanto; a la cierva de
Cerinia; limpiar los establos de Augías en un día; matar a los pájaros del
Estínfalo; capturar al toro de Creta; robar a las yeguas de Diomedes; el cinturón
de Hipólita, robar el ganado de Gerión; las manzanas del jardín de las
Hespérides y capturar a Cerbero en el inframundo (Nota: en internet están los
mitos completos).
Los doce trabajos de
Heracles se interpretan como el camino espiritual que recorremos para renacer y
convertirnos en grandes hombres, que mediante nuestros esfuerzos, alcanzaremos
la auto-realización. Sus tareas vienen ligadas a los 12 signos del Zodiaco de
la siguiente manera:
En los primeros
cuatro signos, se prepara y aprende a utilizar su equipo. En Aries, se aferra a
su mente y busca adaptarla a su necesidad, aprendiendo el control mental.
En Tauro, recibe su primer destello de luz espiritual que se incrementa a
medida que se acerca a su meta. En géminis comienza a forjar su espíritu
inmortal. Y en Cáncer, ogra su primer contacto con la conciencia colectiva.
Así, en esta primera parte, se llena de una mente controlada, una capacidad
para seguir la iluminación divina, la facultad para hacer contacto con su
inmortalidad y para reconocer el sentir de los otros.
En los cuatro signos
siguientes, lucha en el plano físico. Inconsciente, se reconoce a sí mismo en
Leo, admira su potencial en Virgo, equilibra sus opuestos en Libra y vence a
las ilusiones en Escorpio. Logra individualidad en Leo, alimenta su
potencialidad en Virgo, va de un extremo a otro en Libra y se disciplina en
Escorpio.
En los últimos cuatro
signos se realiza, pues ha trabajado en su fuerza y en su espíritu. Es un
arquero en Sagitario, apuntando a la meta, escala el monte como una cabra en
Capricornio, sirve al mundo en Acuario y lo salva en Piscis, demostrando para
qué han valido sus esfuerzos, logrando beneficios y desarrollando poderes.
Es común ver el mito
del héroe salvador en las distintas mitologías del mundo, con detalles que
varían, pero con un mismo hilo conductor: alguien que recorre un determinado
ciclo tortuoso que lo lleva a la victoria, en un choque entre el bien y el mal.
Termina siendo víctima de la traición más cruel de todas y muere de manera
sacrificada. Hércules o Heracles es la personificación perfecta de este factor
común, pues además, encarna los ideales de fuerza y conquista de los griegos,
siendo el prototipo de fortaleza ideal, así como también de los anhelos de la
humanidad, ya que se forma en el control de su ser y la plena autorrealización.
Hércules es el
arquetipo de la virtud y la purificación a través del sufrimiento, en todas las
etapas de su vida. Desde el comienzo, desarrolla una fuerza descomunal, posee
sentimientos desbocados, lucha constantemente contra el destino que se le
interpone, busca vencer al enemigo y se constituye así como un ser admirable
incluso para los dioses.
Por increíble que
parezca, salió victorioso de todas estas hazañas y casi todas las ciudades de
Grecia fueron testigos de sus sucesos. Mató a muchos tiranos, libró a Hesione,
liberó a Prometeo y separó los dos montes que luego llamó las columnas de
Heracles. Sin embargo, el amor fue uno de los sentimientos que más ocupó al
héroe, pues tuvo muchas mujeres y amantes, éntrelas que destacan las cincuenta
hijas de Testio, a quienes hizo madres en una noche, Megara, Onfalia, Deyanira,
Augea, Hebe, entre muchas otras más, que convertían al semidiós en uno de los
más deseables del Olimpo.
El odio del centauro
Neso y los celos de Deyanira causaron la muerte del héroe. Sabedora, una de sus
nuevas mujeres, le envió una túnica con la sangre del centauro, creyendo que
esto impediría que amara a otras mujeres. Pero apenas le puso el veneno del que
estaba impregnada, la infectó hasta los huesos, quedando la túnica pegada a su
carne. Las más espantosas imprecaciones contra la perfidia de su amada, cayeron
de sus labios y viendo que se acercaba su hora de morir, constituyó una pira en
el monte Oeta, mandando a Flictetes a prenderle fuego. Así, ante las cenizas,
cayó un rayo que purificó lo que quedaba de Heracles, subiendo al Olimpo como
un gran semidiós.
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