Clarissa ha salido de su casa malhumorada, arrastrando pesadamente los pies mientras baja los escalones de la estación del metro con un bolso al dorso de su espalda que pesa tanto como su propia vida.
Escucha como el tren se va acercando lentamente apoyada en la pared, indiferente al resto de la gente que se aglomera desesperada por entrar al vagón.
Sus ojos claros no fijan la mirada en nada en concreto pero tampoco hay nada que llame su atención.


Fue bajando de peso, esperando que yo le mostrara la felicidad que tanto deseaba. Por el contrario sus fuerzas fueron fallando, su cuerpo decidió abandonarla en su búsqueda y la angustia pasó a invadirla cada vez que veía su reflejo.

Ahora, desde la habitación del hospital, la miro de reojo desde el baño y muero de miedo porque ella se levante y venga a mirarse, porque se levante y venga a mirarme, porque no tengo nada que ofrecerle, ya que busca algo en mí... Que ya no puedo devolverle.
Ok, escribí este pequeño relato camino a mi casa, luego de ver a una chica de unos 19-20 años muy delgada apoyada sobre la pared de la estación "Miranda", todo lo que he dicho es producto de mi imaginación y mi manera de ver las cosas, la chica en la cual está inspirada el PERSONAJE de este texto no tiene nada que ver (o eso creo) con la anorexia.
Al ver a la chica se me "prendió el bombillo" y quise escribir sobre este problema que afecta a mucha gente, y quizás no del todo la anorexia sino también de la búsqueda de aceptación y autoestima que buscamos todos a vernos al espejo.
Sólo quiero decir que cada quién es hermoso a su manera (cliché) y que la aceptación y el amor propio no depende de las opiniones de los demás ni de como te ves en un cristal.
Con cariño,
Mariana.
Y a esto me refiero de quedarme sin aliento.
ResponderEliminarTe amo ¿lo sabes?
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