Una rara peste fulmina paulatinamente a los habitantes de una gran ciudad. Rechazados por su entorno, algunos enfermos no cuentan tan siquiera con un lugar donde morir. En dichas circunstancias, aparece un peluquero, que hasta entonces ha establecido con grandes esfuerzos un célebre salón de belleza, que decide darle refugio a los moribundos, mientras se trasviste por las noches y llena al lugar de brillos y lentejuelas. Aficionado a los peces exóticos que decoran su salón, el personaje acaba convirtiendo su espacio en un moridero medieval. Allí, surge la pregunta ¿qué mal acarrea a los huéspedes del improvisado enfermero, carente de motivos filantrópicos? Dando origen a la novela, donde únicamente quedarán las peceras para ser testigos de su dedicación cercana a la santidad pura y verdadera.
Salón de belleza se presenta como un clásico contemporáneo
para las letras latinoamericanas. El escritor construye una versión de ficción
donde ni el tiempo ni el espacio son estables. Con una visión utópica y
abstracta, a la vanguardia, refleja una perspectiva diferente de la vida,
elevando un microscopio sobre el yo para examinarlo, captando lo inusual, a
través de una imaginación única y prodigiosa que abruma al lector.
“Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo,
en humana”, dice, lo que nos permite ver la intención de una novela como esta,
que parte de un escenario como el Moridero, donde cualquier solución para
curarse está prohibida: nadie debe evitar lo inevitable, negándose a ver como
la belleza en la que tanto trabajó desaparece, trazando el retrato de una
sociedad llena de maltrato, falta de salubridad, prostitución, drogadicción,
prejuicios y mucho rechazo.
Mediante las peceras, Bellatín hace una reflexión sobre el
ser humano con ojo de pez. Como la vida misma, los animalitos nadan, se
desplazan solos, comen, interactúan y mueren dentro de esas paredes de vidrio.
Así, el salón de belleza es la misma pecera donde el hombre, gracias a la
enfermedad, va a morir, cuyo personaje principal se transforma en un pez,
común, sí, pero resistente, que ve morir a los coloridos y exóticos semejantes,
construyendo un relato rápido y profundo sobre la muerte y las varias perspectivas
de la belleza.
A través de reflejos, el escritor hace de las peceras un
espejo del moridero, los personajes y la sociedad, comparando ambos espacios
hasta armar una analogía que compara su condición con la de los peces, a través
de la imagen del deterioro, abandonando a los enfermos en el albergue,
dejándolos a su suerte y haciendo que el lector se ponga frente a un lado
brutalmente humano sin un ápice de compasión, trasmitiendo repugnancia con
poderosas imágenes, que se adentran en una problemática social ignorada.
Bellatín hace una fusión entre estos dos puntos que es
sublime. Cuando el salón de belleza se encuentra en la cumbre de su esplendor,
los peces son exóticos y coloridos, representan la belleza y la reproducción de
ella, rememorando el éxito y el esplendor. Sin embargo, cuando comienza a
asechar la enfermedad, la atmósfera del lugar comienza a cambiar, quedando solo
peces blancos y negros, simbolizando la soledad y la muerte. El agua refleja
las situaciones del exterior, pues el ánimo del protagonista determinará su
atención hacia los peces, dando a entender que un acuario descuidado es señal
de su propio abandono, una pecera vacía es un salón ausente de clientela, la
muerte de los peces viene de la mano con cada personaje que desaparece, mientras que otros se aferran
a la vida como las mujeres que visitaban el lugar, armando así un paralelismo
entre el salón y el moridero, que son una metáfora del existir.
Y es que lo que separa a ambos lugares es un paso, de la
vanidad a la agonía se puede ir a pie, en una dualidad que expresa la delgada
línea que separa la vida de la muerte.
En Salón de belleza saboreamos una analogía de la condición humana, que nace
con esplendor y belleza y muere enferma, sucia y acabada, con el recuerdos de
lo que algún día fuimos, rodeados de plenitud.
Además, habla de la homosexualidad y de su condena desde
inicios de la humanidad, siendo satanizados por la sociedad purista. El
escritor la ve como una enfermedad fatal, que estigmatiza a los individuos por
sus gustos distintos, aislándolos del mundo, dándole un papel deplorable y
fatídico, aterrador y agobiante, que pretenden acabar con un gran invento
producto de la genialidad humana. Así, nos habla de la gran ceguera que habita
en la mente de una buena parte de la población mundial, que quiere acabar con
la infección de lo diferente, dejándoles cabida solo en la condena, el
aislamiento y el sufrimiento hasta su extinción, tal y como en el moridero.
En un espacio de supervivencia, que cada vez se reduce más,
Bellatín crea una oposición entre un salón de belleza y un moridero, que
propone aceptar a la muerte como algo digno, embelleciendo el cuerpo durante
nuestra existencia terrenal, para dársela al mundo y compartirla con los demás.
La felicidad, como sinónimo de belleza, e independientemente de su duración, se
ha convertido en la principal razón de nuestra existencia y en el objetivo del
escritor en una novela como esta, que presenta un espacio que se transforma,
conformado de simbolismos, personajes que reflejan a una sociedad y escenas
truculentas que, en definitiva, es una obra de arte que se va a mis favoritos
de este año.
¡Qué curioso sitio para usar de refugio!
ResponderEliminarQué buena tu reseña, y qué completa. Da gusto encontrar textos así, que se toman en serio la lectura.
ResponderEliminarAlgo que me sorprendió fue la voluntad del autor de no contarnos algunas cosas (partiendo por lo obvio, el nombre del peluquero y el de la peste que los ataca), pero en otros asuntos regalarnos todo tipo de detalles. Es como que Bellatín hubiera repartido algunas sombras aquí y allá en su novela, a ver qué hacemos con lo que nos ofrece.
Si no te parece mal, dejo acá mi propia versión de los hechos: https://libreriadeurgencia.wordpress.com/2020/06/18/salon-de-belleza-mario-bellatin/