No sé ni por dónde empezar.
Hablar solos es una novela extraña que me
genera sentimientos encontrados. No puedo negar que me guste, de hecho me ha
encantado, pero encontrarse con conflictos personales encarnados en personajes
comunes es un choque fuerte. Aquí, el autor compone dos triángulos clásicos,
uno donde se abordan las relaciones familiares, formado por los padres, Elena y
Mario y su hijo Lito, y otro donde de nuevo se encuentran Elena y Mario, pero
se le une el médico de Mario como amante de Elena.
En el primer triángulo (por llamarlo de
alguna manera) se expresa la visión de los personajes por medio de tres voces
en primera voz, cuyo discurso va componiendo la novela en capítulos
alternantes, enmarcados por los nombres de cada uno de ellos, creando una
simetría que se trunca en el que debería ser el último (Mario), que cuenta su
fallecimiento.
El autor permite
completar la historia desde tres perspectivas distintas y genera el movimiento
del texto como si avanzase impulsado por tres correas que lo jalan, pues cada
personaje observa, reflexiona y narra en primera persona como integrante de una
historia común, generando un texto que se adapta a sus características en cada
caso. El autor adapta su prosa a las condiciones del personaje; por ejemplo la
narración de Lito se sitúa en momentos de modernidad adecuados y narrados desde
la perspectiva de un niño de 10 años, mientras que la de Mario se centra en
monólogos propios de su edad y condición ( enfermo terminal) que dirige a su
hijo, en conjunto con las narraciones de Elena y sus dudas, en capítulos un
tanto más largos.
Neuman aborda temas
universales de amor y de muerte, construyendo Hablar solos, una novela que
desde su título resalta la soledad que sobresale a través de las páginas de
esta historia, en contraposición a la amargura y el desengaño, que desembocan
en un desenlace abierto y absurdo, como la vida misma. Se compone de la
interrelación complementaria de tres ejes narrativos, construidos con una estética minimalista llena de
relaciones y homenajes a grandes maestros de la literatura, comenzando por
Rulfo, pasando por Bolaño y terminando en Ana María Matute, donde hace un
admirable aprovechamiento intertextual de un microrrelato escrito por ella,
donde narra el conflicto vivido por madre e hijo una vez que muere el padre.
Sin embargo, el verdadero asunto de Hablar Solos va más allá de las reflexiones
sobre la vida y la muerte, los libros, el placer, la culpa, el sexo y los tres
hombres de la vida de Elena (que puede decirse, lleva la voz principal), ya que
Neuman nos lleva a cuestionarnos cosas al estilo como ¿qué nos sucede cuando
cuidamos de un ser querido que va a morir? ¿cómo es la convivencia con alguien
que cada día nos mira desde un lugar más remoto? ¿cuándo comienzan y terminan
los duelos de las personas que amamos? A través de esta novela al estilo
road-trip, el autor introduce el tema de las enfermedades terminales de los
padres, los cónyuges y los hijos no guardan ni una sola semejanza entre sí,
pues unas suponen más ternura, mientras que otras incluso producen rencor. Es
así como Hablar solos es un largo pensamiento sobre la muerte de la pareja y el
monólogo de una mujer que sabe que Mario, su esposo, va a morir, que su cuerpo
le produce asco y cuya sexualidad es póstuma.

Se centra en el tema
de la muerte de la pareja, mas no del esposo, pues es ahí
donde recae el sentido de la culpa, la abnegación, el deseo, la compasión, el
resentimiento y el placer que producen otros cuerpos más sanos y jóvenes, que
le produce Ezequiel al mejor estilo de la culpa, pues Elena sólo atendió a
Mario hasta el final porque “era su deber”, porque estaba moralmente obligada y
porque así protegía un pasado desleído en el presente y sin ninguna posibilidad
de futuro.
Es un libro emotivo
que se compone de confesiones y de una familia a punto de desintegrarse. Las
voces narrativas se intercalan para referirse al viaje y a la enfermedad desde
una perspectiva particular, que aporta las piezas fundamentales a un conjunto
que se percibe en totalidad por el lector. El acecho de la muerte para el
enfermo y la cuenta regresiva tanto para él como para quien lo cuida, hacen de
esta historia un reflejo de esos elementos que no nos permiten cambiar al mundo
exterior a partir de sí, pero que nos invita a intentar modificar el mundo
exterior a partir de ese viaje, como el que emprenden Lito y Mario, hacia una
carretera que esperan que los lleve hasta el mar para regresar a casa en medio
de una tormenta, con alguien que los espera en casa intentando buscar un “cariño”
para sentirse viva.
Así como el hablar,
la muerte también se comprende de varias formas, y lo central en ella no es
siempre el que muere, sino también lo que pasa con los que están a su
alrededor. Durante ese viaje a la muerte que realizan los personajes y el
período que sigue, los que continúan tienen que enfrentarse a una pérdida que
les afecta más que a quien se ha ido porque, valga la redundancia, ya no está.
Y eso es lo que sucede en la novela, más allá de la muerte del padre, existe la
muerte de la pareja, de la infancia y la del viaje de la vida. Se muestra a la
muerte como fin y separación, pero también como comienzo o unión, un refuerzo
de la vida, como un enfrentamiento necesario, pues no se sabe cómo hablar de
ella, siendo el tema central de la novela, la verdadera protagonista, pues todo
gira en torno a ella, a esa muerte íntima y externa.
El hablar es un
fenómeno complejo y Hablar solos engloba esta complejidad de manera extendida y
en conjunto con la muerte, con tres voces narrativas que representan su propia forma de hablar,
siendo las palabras herramientas para el monólogo interior, a modo de
introspección, en contraposición al polo opuesto del habla: el silencio. Hablar
solos, como resultado de la incomunicación al no ser capaces de hablar sobre la
muerte, reflejando las características de la comunicación dentro de esta,
haciendo la combinación justa de la polifonía del hablar, la incomunicación y
la introspección, teniéndola como obstáculo, como ente que da pie a la
incomunicación, que aumenta al hablar callado, pues todos los personajes hablan…
pero solos.
Elena, así como
grandes personajes de la literatura, vive a través de los libros y los
interroga en busca de respuestas sobre el dolor, la agonía y la enfermedad. Es
en este detalle de los libros donde Neuman coloca la única empatía
aparentemente posible con la “roedora”,
como ella misma se denomina, pues más nadie es lector dentro de la novela.
Mientras que Ezequiel es un depredador sexual, Lito una voz inocente y Mario un
ser que agoniza sin dejar reflexiones memorables, Elena sobresale por sus
características mencionadas.
Decir adiós es
difícil, más aún a tres voces, y Neuman lo hace a través de Hablar solos, donde
se despide con la muerte a cuestas y comienza a vivir en un tiempo distinto al
que estamos habituados, con un viaje de retorno de la manera atropellada, para
saldar cuentas propias. El sabor de las
cosas cambia y la memoria se convierte en ese lugar al cual aferrarse para
sentirse vivo. Es decir, decir adiós con la muerte a cuestas es la forma más
honesta que tiene el hombre para marcharse, es un adiós que se aproxima en
silencio, como en la novela, con capítulos solos, con un coro de voces que se
escucha una a una, detallando lo que se entona y mostrando las heridas más
profundas de una misma historia, donde Mario, Elena y Lito aprenden (o lo
intentan) a decir adiós.
Hablar solos guarda
dentro de sí una historia maravillosa, que esconde una mezcla de todas sus
novelas anteriores, donde el autor deja de lado el humor que la caracteriza y
que, sin embargo, introduce escenas irónicas, como cuando Elena grita ¡Dios
mío! en cada orgasmo, mientras que descubre consternada que en la funeraria han
colocado a su marido dentro de un ataúd con una cruz sobre la tapa, como dando
a entender, en esa simple alegoría, que cruz por cruz y diente por diente…. Sin
duda alguna una novela dura, cruel y con escasos momentos de dulzura, donde el
autor realiza un exorcismo literario, enfrentándose a sus propios demonios y
llegando a reflexiones turbadores y pensamientos que se forjan como gemas
turbias y corruptas, como en la conclusión de Elena, que reza que “para perdonar algo, necesito arrepentirme de
algo peor”.
En definitiva, una
novela maravillosa, de esas que marcan un antes y un después en cualquier
lector, que sin duda se va a mis favoritos de este año y que concluye en que no
debemos confundir generosidad con culpa. Un libro cruel y devastador que no
pueden dejar de leer y que espero que disfruten tanto como yo lo he hecho, pues
no podemos ocultar que, aunque la muerte ronda a quienes se dedican, por
necesidad o por gusto, a hablar solos tras la visita del infortunio, hay un
montón de razones aparentes para vivir y no estar solo, a menos que así se
quiera..
«No fue triste.
Dispersé sus cenizas y reuní mis pedazos»…
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