En el año 1920, Joaquí Buitrago, fotógrafo de internos del
manicomio mexicano La Castañeda, se topa entre ellos con Matilda Burgos.
Obsesionado por la identidad de esta mujer, pues cree haberla conocido antes en
un célebre burdel, nuestro personaje tratará de recabar información sobre ella.
Poco a poco, descubre que Matilda, nacida en los campos donde se cultiva
vainilla, llegó muy pequeña a la capital y cayó en las manos de un pariente que
la utilizó para poner en práctica una teoría médico-social. A partir de allí,
Nadie me verá llorar se compone de recuerdos que hacen surgir la turbulenta
vida de la muchacha, que provoca en el fotógrafo una reflexión sobre su vida y
su dependencia a los narcóticos. Ambos atisben un porvenir que los redima de la
derrota moral y psíquica en la que se encuentran, haciendo de esta novela un
trago amargo, pero increíblemente sabroso.
Rivera Garza deja ver la historia de México de principios
del siglo XX a través de su novela pues la misma está encerrada en
costumbres, problemas y hechos políticos de aquellos tiempos, que denotan una
gran documentación por parte de la escritora que, con realidad y verosimilitud,
arma un libro intenso y cargado de emociones, exponiendo la guerra silenciosa
de las mujeres de 1900, poniendo en crisis su valor. Con redondez, Nadie me
verá llorar no deja ningún cabo suelto, a través de una historia de amor y
locura que le permite a la escritora inmiscuirse en un montón de temas
significativos.
La mexicana va más allá de presentar los hechos que la
historia ha ido dejando y se encarga de examinar los eventos pequeños que la
componen, esos individuos marginados de la sociedad y su función en una época
que marcó el inicio de la modernidad en México, partiendo de la figura de un
hospital psiquiátrico para hablar de la delgada línea entre cordura y locura, que
ha sido utilizada como un mecanismo de control efectivo que daba pie al
aislamiento de cualquiera que fuera considerado un peligro potencial para la
ideología que reinaba.
Partiendo del cuestionamiento de ¿Cómo distinguir en una
acción sabia que ha sido cometida por un loco, y en la más insensata de las
locuras, que es obra de un hombre ordinariamente sabio y comedido?, Rivera
Garza reflexiona sobre el decidir quién es loco y quién es cuerdo, enfocándose
en las “locas” del sanatorio mexicano, que constituían un peligro por sus
comportamientos que intentaban liberarlas y que no se “ajustaban” a las normas
sociales. Paulatinamente, convierte el concepto de locura en una masa moldeable
que depende de quién lo mire y que da pie a ver a ver a las mujeres como seres
sin cordura que querían librarse de los comportamientos normativos.
A través de una investigación real y exhaustiva, la autora
presenta una serie de diagnósticos absurdos que fueron hechos y que dan pie a
esta obra literaria, que se compone de fotografías que revelan la inserción de
México en la modernidad, enfocándose en puntos particulares que desafían tiempo
y espacio. Matilda se alza como una mujer eclipsada por la locura y el
sinsentido de la vida, que le da fluidez a la novela y que nos lleva a rescatar
el valor humano tras ella.
Mediante un lenguaje fragmentado, saltos cronológicos,
locura, cordura y vida, Cristina Rivera Garza construye una novela que es un
collage que reflexiona sobre quienes no se someten al discurso dominante, sin miedo a ser
categorizado como “loco” y que constituyen un peligro para nuestra sociedad amaestrada.
En definitiva, a través de la locura, la escritora se cuestiona, denuncia y
propone una mirada alterna a la historia, en una obra como Nadie me verá llorar
que es increíble.
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