En Casas muertas, Miguel Otero Silva describe el
declive de Ortiz, un pueblo en los llanos centrales de Venezuela, debido a las
continuas muertes por epidemias de paludismo y la emigración de sus habitantes
hacia la capital y las zonas de producción petrolera. Así, ilustra el proceso
en el que los pueblos latinoamericanos eran sometidos a intereses externos,
siendo víctimas de un falso progreso y una modernización desigual.
La novela termina por donde comenzó, mostrando la
muerte de un individuo que no conocemos, llamado Sebastián Acosta, que se
muestra fuerte y luchador en un principio, hasta que enferma y todos sus planes
e ideas de progresas, salir adelante, se pierden junto a sus esperanzas de prosperar
en un pueblo que ni un médico tenía y cuyos inmigrantes parten a Oriente en
busca de ese mítico progreso. El escritor refleja su realidad, tomando
elementos políticos y sociales de la Venezuela de la época, donde todo aquel
que buscaba lo mejor para su país pagaba tras las rejas o con su muerte el
deseo de ser libres y la búsqueda de nuevas oportunidades.
El escritor consigue dotar de intensidad emocional a
la novela desde la primera oración, dando pie a un crescendo de sentimientos,
que le permite al lector sentirte completamente involucrado, sintiendo la
angustia, el dolor y la impotencia en una atmósfera que transmite la decepción
de un algo que nunca pasará. Casas muertas posee una belleza rara, sosegada,
serena, melancólica y triste. Con una narración casi lírica, nos introduce en
un vaivén de ensueño, que facilita encariñarnos con los personajes, que a su
vez muestran el alma de un pueblo cuya realidad y decadencia nos hacen chocar
contra la realidad.
Con un estilo elegante, natural, limpio, sencillo,
accesible y fluido, la lectura despierta la sensibilidad del lector ante la
historia de un país. Otero Silva narra la crueldad de la dictadura de Gómez y
cómo está causo la muerte de muchos pueblos, que perdieron la batalla contra la
fiebre y el olvido. Vemos a Ortiz cada vez más débil, morir frente a nosotros,
mostrando una pequeña parte de Venezuela herida en forma de recuerdo, de algo
que ya pasó y que no podremos cambiar. De nuevo, queda claro que la historia es
un ciclo, que se repetirá eternamente y que cae sobre aquellos que viven solo
para morir junto a sus casas muertas.
Lo increíble de todo esto es su vigencia. Me
aterroriza, parece haber sido escrito en esta época. Y lo peor es que si así
fue con Gómez, seguramente también lo fue con Pérez Jiménez, lo es con Maduro y
será con los que vienen, quedando como esperanza seguir el camino de Carmen
Rosa e irnos a oriente…
Nos invita a reflexionar sobre cómo podemos mejorar
nuestro entorno, partiendo de herramientas para aprender de nuestro pasado y
mejorar nuestro futuro, dejando de lado el miedo hacia lo desconocido y
emprendiendo un viaje hacia un porvenir mejor. Las casas muertas simbolizan a
un pueblo derrotado, lleno de miedo, que representan el drama de todos los
pueblos venezolanos, a través de personajes como Carmen Rosa, Sebastián,
Olegario, Cartaya, petra Socorro o Berenice, que no sólo fueron de Ortiz, sino
que vivieron en todos y cada uno de los rincones que descendieron de una
antigua prosperidad a la más aterradora desolación y desesperanza, logrando
mostrar la transición de un país agropecuario y rural hacia el desarrollo de la
industria petrolera, que se presenta como la fortaleza del régimen, pero
también como el antagonista de la obra, que llena de esperanza a aquellos
sumidos en la miseria, para luego abandonarlos en el más profundo estado de
inanición.
Por ello, el viaje épico que realiza Carmen Rosa del
mundo rural al Oriente venezolano, se enmarca en dos formas distintas de la
barbarie: por una parte, el llano hostil e infinito y del otro, solo un
espejismo. Así, lo histórico se reduce a un telón de fondo, que proyecta lo que
se quiere narrar, donde las “casas muertas” sugieren la caída del sistema
económico y cultural que imperaba desde la Colonia, a partir del cual Otero
Silva rememora la “otra” realidad que, a pesar de ser pasado, se mantiene en
muchas regiones del país.
En Casas muertas, el hombre se ve condicionado por
la naturaleza y los consecuentes estragos del oro negro, que se imponían sobre
el espacio vegetal, reproduciendo la realidad del llamo venezolano, identificando
la naturaleza con el personaje, en una simbiosis que ilustra el sentimiento de
desolación y que, a través de la tierra, exterioriza la agonía, la soledad y el
escepticismo de sus habitantes, encarnando las fuerzas incontenibles de ese
mundo natural, que demuestra la realidad socioeconómica del país.
Miguel Otero Silva muestra el desgaste de una
Venezuela agraria que poco a poco fue degenerando en ruinas hasta el derrumbe
apocalíptico e imparable, que se une a los recuerdos de los personajes, en cuyo
“conjuro se iba levantando Ortiz de sus escombros”, lleno de casas muertas,
reflejo de un país próspero que fue decayendo, abandonado por el gobierno,
gracias a la caótica fiebre (que surgió como una metáfora en forma de
enfermedad) del petróleo, que lleva a sus habitantes a huir buscando un futuro
mejor.
.
En
definitiva, Casas muertas plantea cómo la política de la dictadura estaba
dirigida a perpetuar el atraso y la ignorancia como elementos para mantenerlos
en el poder, a través de un pueblo abandonado, en manos de un gobierno
preocupado por el petróleo que arrasaba con las condiciones de vida de la
población venezolana. Ortiz es Venezuela, que ha tomado ese aspecto de aldea
abandonada, atormentada, aniquilada por un cataclismo, que nos convierte en una
“historia de aparecidos” que luchan por sobrevivir y que parten al Oriente,
bajo la esperanza del oro negro, dejando atrás las casas deshabitadas,
cubiertas de monte y un tanto muertas.
"...yo no soy partidario de la guerra civil como sistema, pero en el momento presente Venezuela no tiene otra salida sino echar plomo. El civilismo de los estudiantes termino en la cárcel. Los hombres dignos que han osado escribir, protestar, pensar, también están en la cárcel, o en el destierro, o en el cementerio. Se tortura, se roba, se mata, se exprime hasta la última gota de sangre del país. Esto es peor que la guerra civil. Y es también una guerra civil en la cual uno solo pega, mientras el otro, que somos casi todos los venezolanos, recibe los golpes."
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