Ciudades que ya no existen es un libro de
relatos, que por momento parece un conjunto de personajes y acciones que se
encuentran una y otra vez, formando una trama que habla del tránsito hacia la
madurez, de las cosas que pocos dicen y de la nostalgia que nos tiñe el pasado
que siempre fue mejor.
Con un lenguaje
culto, el escritor aborda temas sórdidos con palabras refinadas, en lugares que
atrapan y atraen al lector, creando una conexión entre él y el texto. Ciudades
que ya no existen es un viaje entre la ficción y la realidad a través de 22
relatos que cobran vida en un juego entre lo real y lo imaginario, llenos de
recuerdos y humor, mezclando belleza y nostalgia, que muestran con desparpajo
una realidad cotidiana y descarnada, en una ciudad que ya no existe.
Santaella juega con el recuerdo y la ficción,
mezclando mundos complejos y violentos, donde coexisten toda clase de personas
que por momentos parecen sacados de otra realidad, dentro de historias que se
valen de otras, tratadas con un humor excepcional, que nos hace pasar de la
carcajada al llanto. Entre mis favoritos están “La Piaf nos está mirando” y “La
Caracas de Puerto Cabello”, que se pasean entre la crónica y el cuento.
Los personajes
padecen las agonías propias de su generación, que llegan al país a afrontar las
dificultades que ofrece la “selva de cemento”. A Santaella se le nota que ha
leído, pues construye su libro a través de claras referencias a grandes de la
literatura, dentro de sus historias realistas y sinceras, dotadas de la
experiencia del escritor, que transforma lo cotidiano en algo maravilloso, con
un humor que permite sortear las peripecias de una ciudad que amenaza con
acabar con nosotros.
Mediante cada uno de
sus relatos, es posible reconocer a una ciudad que transitamos y que se
transforma cada tanto, día día, porque somos nosotros quienes la hacemos y la
deshacemos, que aguarda dentro de cada uno de nosotros. Este libro es un canto
a la realidad venezolana, que permite identificarnos en ella y enfrentarnos a
los paisajes llenos de pasado y de presente, a través de anécdotas que le
permiten al escritor construir relatos urbanos, cargados de tristeza, con una
prosa ágil y precisa, que concluye que hay ciudades que se las ha llevado el
recuerdo. En definitiva, una preciosidad.
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