Los detectives salvajes, Roberto Bolaño.

 

Ay, por dónde empezar.


Las novelas de Bolaño sólo se disfrutan. Para entenderlo, hay que dejarse llevar.  Es por ello que mi recomendación más sincera para todos aquellos que busquen empezar por el autor es: no preocuparse por la velocidad de las cosas y disfrutar de los personajes y el arte que tenemos frente.

Bolaño es uno de los escritores contemporáneos más leídos. Tiene un montón de obras publicadas, que yo he ido leyendo poco a poco y que me han dejado gratamente impresionada. Maneja un estilo muy particular, por lo que entiendo que haya quien lo ame y quien lo deteste. Aún así, creo que ningún lector, por lo menos latinoamericano, del siglo XXI debería morir sin haberlo probado por lo menos una vez.

A pesar de lo anteriormente dicho, no considero que Los detectives salvajes sea la mejor novela para iniciarse con el escritor. La obra se divide en tres partes, cuya primera y tercera son el diario de Juan García, un chico de 17 años estudiante de derecho, una en México DF en el 75 y la otra en Sonora en el 76. Por su parte, la segunda parte se compone de diversos fragmentos recogidos por 52 personajes, que narran 20 años de vivencias de los poetas Arturo Belano y Ulises Lima desde distintas partes del mundo, que llevan a preguntarnos, ¿acaso son el reflejo del escritor y su amigo Mario Paspaquiaro? He ahí la cuestión.

Acompañamos a cada uno de ellos en una loca carrera hacia ningún sitio y Bolaño invita a emocionarnos con sus absurdas vidas y a averiguar los vínculos que los unen, con un cariño implícito que se genera a medida que la lectura avanza, transmitiendo un escepticismo como sólo él sabe hacerlo, pues parece estar todo de cabeza, ya que todo es relativo y discutible. Toma aspectos de la vida cotidiana y los convierte en una pesadilla donde el único fin es sobrevivir, porque todo lo demás o no existe o no importa.

La historia tiene guiños a la realidad chilena y el exilio degrandes intelectuales latinoamericanos. Es así como las indagaciones de Arturo Belano y Ulises Lima, defensores del realismo visceral, emprenden la búsqueda de Cesárea Tinajero, que los lleva a un final dramático, con un doble sentido literario  y político. El escritor se basa en grandes experiencias personales, que quedan evidenciadas en cosas como el parecido entre “Belano” y “Bolaño”, haciendo un anagrama dentro de la novela. Los microrrelatos de la segunda parte complementan a las otra dos, ofreciendo una visión fragmentada y discontinua de los hechos, a través de perspectivas muy distintas y, por ende, contradictorias. Los diversos personajes se convierten en cronistas que se instauran en el mundo novelesco y Bolaño los une con brillantez, permitiendo que se identifiquen según sus culturas, formando un conjunto que incluye una gran  variedad de jergas y coloquios.

Es así como construye una obra que se asemeja increíblemente a la vida real, con un mundo caótico, imprevisible y arbitrario, donde cada día surgen más y peores problemas distintos. Es en ese mundo donde reina la locura donde demuestra que la literatura es una forma de supervivencia y la muerte es lo único certero. 

Con un sentido netamente metaliterario, convierte las teorías en sentidos lúdicos e irónicos, con un lenguaje nuevo y personal que transmite su peculiar visión de la vida y que le sirve para expulsar fantasmas que lleva dentro. Acompañado de un hilo fragmentado, el libro relatado desde ángulos distintos consigue sacudir al lector y hacer que conecte, por sus propios medios, todos los hilos sueltos que Bolaño va dejando a lo largo de la novela.

Bolaño es un as en el suspeso y hace de Los detectives salvajes un libro sugestivo. Sus personajes son detectives y salvajes de maneras distintas, pues buscan el nacimiendo de una nueva literatura, estando al margen de una sociedad que espera su comportamiento correcto. El escritor es un grande de la literatura, la suya, por su parte, es sumamente sofisticada, que hace que el momento de leerlo sea extraordinario.

La novela cierra con una pregunta, que da pie a pensar que la intención del chileno no era otra más que convertir al lector en un detective salvaje capaz de resolver ese acertijo final que deja una ventana abierta, siendo una metáfora recurrente en la novela. Hace que su lector sea participe y cómplice, en una novela donde el eje central son las narraciones de otros que nunca estuvieron en la búsqueda, donde los personajes y el autor parecen unirse en un mismo ser.


En definitiva, una novela distinta, complicada, que no es la mejor para comenzar por el autor, pero que sin duda, vale la pena leer alguna vez en nuestras largas vidas. Una obra que se compone de fragmentos que bien pudieran ser novelas enteras y donde el escritor nos convierte en testigos presenciales de todo lo ocurrido.

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