La loca de la casa, Rosa Montero.



Me encanta Rosa Montero.

He reseñado múltiples libros de la española Rosa Montero. Desde La carne hasta Hija del Caníbal, la escritora se ha ganado mi corazón. Lo cierto es que en esta ocasión,  parte de la cita dicha por Santa Teresa de Jesús,  que dice que “La imaginación es la loca de la casa”, para hablar de lo que es el arte de la escritura y cómo se relaciona con la imaginación.

En esta entrega, mezcla varios géneros literarios, que van desde el ensayo y la autobiografía hasta la novela, explicando qué significa para ella la literatura, a través de 19 capítulos que son mini historias, donde narra experiencias propias, como la desaparición de su hermana Martina cuando eran pequeñas, hasta la un relato de amor y pasión con un conocido actor de Hollywood, del que presenta tres perspectivas diferentes, dando como resultado una antología que concluye que hablar de literatura es igual a hablar de la vida propia, del amor, del dolor y la felicidad, porque escribir significa tener  un millón de fantasías a cuestas, que también hablan del mal de amores, del olvido y de la muerte; donde además, hace referencias a las relaciones que escritores y periodistas siempre han tenido con el poder, colocando como ejemplo a Goethe, que se vendió al poder para que no le faltara nada.

Montero habla de la vanidad del escritor, de los demonios que nos atormentan a diario y que están en lo más profundo de nuestro subconsciente, tratando temas como la muerte de los escritores y la  locura como elemento fundamental para nosotros los que escribimos, incluyendo referencias a mujeres escritoras y periodistas, que suelen ser reconocidas como “la mujer del escritor”.

Es así como a través de 19 capítulos, nos introduce en un millón de temas distintos que desembocan en la escritura como locura y en la propia vida de los escritores, cargada de anécdotas e historias propias, que nos acercan un poco más a la Montero humana, dejando de lado su faceta de escritora, mezclando sus vivencias con las de autores muy reconocidos, mostrando que la palabra humaniza, sobre el escribir bien o mal, la tarea tan difícil que recae sobre los críticos y elabora teorías al estilo de que si la pondrían a elegir entre leer y escribir, siempre elegiría seguir escribiendo.

Se inmiscuye dentro de la loca de su casa y nos regala su mejor libro, con su imaginación hecha palabra, en una mezcla entre biografía real e imaginaria, ensayando y construyendo sus técnicas narrativas para hablarnos de la literatura como forma de vida, desde su experiencia como aliada de “la loca de la casa”, construyendo una obra ejemplar, en la que Montero defiende su ideología, haciendo un texto híbrido entre la narración de sus experiencias vividas o leídas y sus ensayos novelados, dentro de la autoficción, ya que habla de su yo auténtico, compuesto de imposturas y verdades, que es inconformista, valiente y rebelde, permitiéndole construir su íntima confesión con conocimiento y pasión, a modo de exorcismo liberador que busca hacernos mejores personas, acercarnos a los sueños de la humanidad mediante novelas y alimentar nuestra capacidad en el arte y la belleza, que tanto estimulan a la loca.

Rosa Montero da múltiples ejemplos de cómo la palabra humaniza y el motivo por el que ella escriba, a modo de aprendizaje, que busca explicar y comprender y nos permite identificarnos con sus situaciones y emociones, aprendiendo y reflexionando con ella y su loca, que desencadena el impulso creativo y que hablan de la literatura como deseo de trascendencia y purificación de culpas, ilustrando esto con sus propias experiencias y anécdotas, con numerosas referencias a las lecturas que la impresionaron y le sirven de ejemplo.

En definitiva, la escritora nos incluye en su terreno personal y habla de las traiciones de la memoria y sus recuerdos, partiendo de que la imaginación es “la loca de la casa”, con un estilo libre, directo y vívido, que construye un ensayo que se lee con facilidad y que nos transmite todo lo que los que escribimos pensamos y no sabemos expresar, pero sí sentir, y esa es la dificultad y la grandeza del oficio de escribir.

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