Espiridiona Cenda fue una joven cubana que
solo tenía 26 pulagadas de altura. Llegó a Nueva York a finales del siglo XIX
con la meta de ser bailarina y cantante. A partir de allí, construye la biografía
imaginaria de esta “chiquita”, conocida por ser una mujer seductora e independiente que, sin
importar su altura, se convirtió en una de las celebridades más pagadas de los
teatros y las ferias de su tiempo.
Con una prosa
elegante y humorística, semejante a la protagonista, la novela es el reflejo de
una época llena de transformaciones sociales y grandes avances tecnológicos. En
ella, Nueva York es partícipe de amores tempestuosos, talismanes mágicos e intrigas, que cobra vida a través de las páginas de esta novela, llenas de ingenio, crueldad
y encanto, que hacen de Espiridiona personaje de bolsillo e inolvidable.
Ella es una mujer experimentada, compasiva, cruel y fría, que es ejemplo pues, pese a su tamaño, destacó en un mundo donde la ley del más fuerte manda. Por ello, Chiquita es una novela
espectacular, de principio a fin y, para mí, una de las mejores ganadoras del
Premio Alfaguara, pues concluye que la grandeza no tiene tamaño, a través de Espiridiona que, con 66 centímetros de altura, conquistó al mundo y se hizo tremendamente visible. Mediante su personaje, el escritor
mezcla realidad e imaginación para mostrar el cambio entre el siglo XIX y XX, desde
Cuba y Estados Unidos, basándose en una mujer seductora,
desinhibida y valiente como Chiquita, la mujer, que hace de Chiquita, la novela, una obra interesante, bien
contada e imprescindible.
“He entremezclado sin
el menor escrúpulo verdad histórica y fantasía, y dejo al lector la tarea de
averiguar cuánto hay de una y de otra en las páginas de esta suerte de
biografía imaginaria de un personaje real. Ahora bien, le recomiendo que no se
fíe de las apariencias: algunos hechos que parecen pura fabulación están
documentados en libros y periódicos de la época”, dice el escritor.
La novela de Antonio Orlando Rodríguez trae a
colación uno de los aspectos menos abarcados de la historia cubana: primero la
Guerra de los Diez años contra España y luego la Guerra de la Independencia,
donde EE.UU interviene. Partiendo de este episodio, surgen y surgen personajes que entran en contacto
con la artista y que traen consigo un matiz político tenue y apropiado a la novela, que
consta de dos narradores: el propio escritor y un anciano que en su conoció a
la Chiquita a sus 60 años y recogió las memorias que ella le dictó en la mansión
que la muñeca viviente poseía en Long Island. Ambos se unen para reconstruir la vida de esta damita elegante y refinada, llena de morbo.
Ella se negó a ser un
fenómeno de feria o un error de la naturaleza y se subió a las tablas,
convirtiéndose contra todo pronóstico en una gran artista, cuya vida es narrada
con la gracia expresiva cubana y con la vivacidad de los relatos orales,
lo que logra construir el relato vital de una persona compleja, que sirve como instrumento para hablar de Gran
depresión de los años 30, la vida cotidiana en Cuba, la guerra, la cotidianidad de los artistas neoyorquinos, los inicios del cine, los liliputienses y casi cualquier evento propio de la época, que le permiten a Rodríguez
resolver con soltura esta historia de superación personal, que hace un noble
alegato contra los “los barrotes que delimitan tantas jaulas invisible”.
“Las personas que
podrían propiciar cambios son los mismos desde hace cincuenta años. Ojalá me
equivoque; me encantaría que pasaran cosas, que hubiera cambio, que Cuba se
abriera al mundo y el mundo se enriqueciera”, dice, dando a entender que su
novela, profundamente cubana, rememora eso que fueron. “Cuba forma parte del
mundo, pero no es
el mundo. No soy un cubano profesional”, puntualiza.
Chiquita es, en definitiva,
una novela distinta que vale la pena leer.
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