Sara Mesa afirma que siempre ha agarrado mal
el lápiz. Que no lo puede evitar y que ha sido algo por lo que la han señalado
toda su vida, pues todos sus profesores han insistido en que “hay que escribir
como Dios manda” y aún así, hasta la fecha, lo coge mal, con todas sus
consecuencias, pues nunca le podrá salir una buena letra con esta manía, y de
ahí parte para escribir este compendio de relatos, donde habla de la escritura
indócil y acelerada, que araña , rasga y destroza los recuerdos y la memoria.
A lo largo de sus cuentos, aborda la culpa,
la redención, la falta de libertar y esos “«pequeños instantes,
epifanías, revelaciones, imágenes que se abren, palabras que se desdoblan»,
cuando «algo se quiebra, y todo cambia». Sus personajes son niños desobedientes,
que viven con asombro, regaños y soledad el difícil proceso de crecer, chicas
rebeldes, seres atormentados por el remordimiento y las dudas, nutrias que son
la agresión y el consuelo, el
desconcierto de vidas normales que esconden crímenes y otras que sueñan con
cometerlos.
Mesa hace un gran
conjunto de voces, con un estilo tenso, lleno de rasgos personales e íntimos,
en una escritura desnuda, fría y repleta de imágenes poderosas que rememoran
nuestra niñez. Crea atmósferas intrigantes y perturbadoras sin alejarse de lo
cotidiano, hurgando en emociones y sentimientos, dotando a sus personajes de
grandes rasgos psicológicos sumamente interesantes, donde ella es la creadora y
su criatura.
En sus relatos, la
rebeldía es el punto en común de cada uno de ellos, pues todos son personajes
problemáticos que se pasean por la vida incomodando al resto, que van en contra
de la pedagogía que reza que todos somos iguales. No. No lo seremos nunca. Concluye
que, por muy escondida que la tengamos algunos (y me incluyo), nuestra infancia
siempre está ahí, en esos cajones de la culpa, y nunca se irá de nosotros, por
muy dolorosa o agradable que haya sido.
Así, cada uno de ellos, se pasea por la culpa, los prejuicios y el miedo, enfrentándose a situaciones que los transforman y que cambian toda su vida a su pesar. Entre mis favoritos, destaco a Nada nuevo, que me ha hecho viajar en el tiempo y Papá es de goma, con narradores múltiples, que nos presenta a una familia en una situación terrible, con los pelos de punta. En ambos relatos, como casi en el resto de ellos, los protagonistas se ven forzados por la situación a actuar como lo hacen y que dejan esa sensación de vacío.
En definitiva, Mala
letra es un libro de cuentos extraordinario, donde, además, menciono a Creamy
milk and crunchy chocolate y Picabueyes como otros dos que también me han
gustado muchísimo. Un conjunto de relatos que son fracciones de la realidad,
escritos con alguien que todavía tiene mala letra, pero que maneja una prosa
increíble y que logra darle proporción a sus personajes que, aunque hayan sido
escritos con el lápiz agarrado de manera incorrecta, están trazados a la
perfección.
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