Vivan los libros que
hablan de libros.
Todos conocemos la famosa película que lleva el mismo nombre que este libro. Lo cierto es que, hasta no hace mucho, no conocía que La invención de Hugo Cabret fuese un libro tan maravilloso.
No suelo leer mucha
literatura infantil y sin duda es uno de los propósitos a corto plazo que debo
cumplir, comenzando por esta preciosidad. La invención de Hugo Cabret es una
obra ambientada en el París de los años 30’s, donde Selznick nos presenta a un
niño huérfano llamado Hugo, que vive en una estación de trenes sin que nadie
sepa de su existencia y que lleva a cabo el proyecto de construir un autómata,
que lo lleva a situaciones de riesgo, pues conseguir las piezas necesarias
supone poner en peligro su anonimato, hasta que un día conoce a una niña
excéntrica, que ama los libros y que va en compañía de un juguetero, con
quienes vivirá su mayor aventura y descubrirá todos los secretos que se
esconden tras esa estación de trenes.
Es una historia entrañable, que te atrapa y no te suelta, con un ambiente y unos personajes bien construidos y ciertos toques de extravagancia que son el punto clave de la historia, donde hace un tributo al cine, a la literatura y a la magia que rodea a estas dos artes, ocultos ante la preciosa y enigmática París, acompañados por hermosas ilustraciones hechas por el propio autor, que funcionan como empujón para la narrativa, colocándonos en un doble trabajo, pues para entender del todo la obra, hay que tomar en cuenta tanto las imágenes como las palabras, que se fusionan para hacer de La invención de Hugo Cabret un libro inolvidable.
Es en ese tributo al
cine donde recae la magia y el poder de las ilustraciones, haciendo un
tratamiento magnífico sobre el poder del 7mo arte, que convierte a los
cineastas en magos, que consiguen que las imágenes cobren vida y nos llevan a
lugares y momentos imposibles de visitar de otro modo, así como lo hace Selznick
en su libro, donde consigue transportarnos a París y ser niños después, dejándonos
con una sonrisa de oreja a oreja y con la sensación de haber viajado en el
tiempo, donde no importa la edad para disfrutar.
Sin duda, es un libro
peculiar que brilla por todos lados, donde Selznick hace un tributo a la vida y
obra del cineasta francés Georges Méliès, en particular a su filme icónico El
viaje a la luna (1902). En definitiva, una novela que muestra cómo el cine es
un arte donde se fabrican y proyectan los sueños. No sabía con qué iba a
encontrarme y terminó siendo una obra sorprendente y maravillosa, que me ha dado ganas de seguir con la
literatura infantil y que les recomiendo muchísimo.
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