Sísifo era el rey de
Corinto que, un día, ve a un ágila gigantesca llevar a una joven hacia una isla
cercano. Cuando el padre de la criatura se entera que su hija había sido
secuestrada y empiezan a sospechar de Zeus, el muchacho le cuenta lo que había
visto, logrando que el Dios del Olimpo lo enviara al infierno, siendo castigado
a empujar una piedra hasta la cima de una montaña, que al llegar rodaba de
nuevo hacia el inicio, haciendo esto hasta la eternidad.
El mito se constituye
como una metáfora de la vida contemporánea, que puede más que nosotros y que se
manifiesta en figuras heroicas, que soportan duras puestas y, aún así, están
dispuestos, como Sísifo, a volver a empujar la pesada roca, siendo esto una
metáfora del coraje, representada en personajes como Bolívar, Mártir e,
incluso, Castro, que se derrumbaron una y otra vez, teniendo que comenzar de
nuevo.
Su castigo es el
símbolo ilustrativo del empeño por la libertad, en un mundo que supera al
hombre, que pretende comprender las verdades del universo, que da como origen
un “mal de ánimo” que surge al entender el sinsentido de todo, siendo la
rebelón el ejercicio mediante el cual aceptamos el problema al que nos
enfrentamos.
Sísifo es una
metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre, que conoce su miserable
condición y, así, consagra su victoria. Esa roca es su casa, que forma un mundo
y que, tras entender que haga lo que haga nada tiene sentido, disfruta de su
castigo, aceptando que, al no tener opción, puede disfrutar de su vida, sea
como
“Oh, alma mía, no
aspires a la vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible”.
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