Vivan
los cuentos.
Sé
que repito mucho eso de que me gustan las recopilaciones de cuentos, pero es
que no lo puedo evitar, siempre regreso a ellas como un consuelo. Velicidad de
los jardines no es la excepción a ello. Esta es una recopilación llena de
personalidad, con un estilo especial y que puede leerse en menos de lo que
canta un gallo (cosa que es perfecta cuando el tiempo no nos sobra).
Es
una recopilación diversa, que se pasea por temas que se describen perfectamente
en su contraportada: “Alguien
dirige una carta a un escritor fallecido. Una familia cargada de hijos
atraviesa un continente devastado por la guerra, en busca de un balneario. Un
viajante de comercio comienza a sospechar que en su rutina acecha un reverso
alarmante tras varios encuentros fortuitos con dos personajes anónimos. Un
hombre y una mujer se dan cita cada tarde, sin ellos mismos saberlo: él ha
extraviado una habitación y ella ha extraviado una historia. Un catedrático
celebra a solas el paso a un nuevo año encerrado en su automóvil”, logrando en
cada uno de ellos inquietarnos, emocionarnos o conmovernos pues es imposible
quedar indiferente ante los relatos de Velocidad de los jardines, ya que Tizón
consigue en cada uno de ellos tocar nuestras fibras sensibles.
Cada uno de ellos, a su manera, inventa
jardines, llenos de sensaciones, a través de fragmentos que nos conciernen
porque parecen hablar de nosotros, de ti, de mi y de todo lo que nos rodea, que
nos forma y nos hace ser así. Los relatos de Tizón son un canto a la juventud
perdida, a los detalles absurdos, a la velocidad de esos momentos mágicos que
se esfuman tan rápido. Siempre tienen un toque poético y el autor parece
conocer las palabras precisas y sorprendentes para el moment adecuado, acentuando
los pequeños rasgos que marcan la diferencia. Cada palabra, fragmento o párrafo
trae recuerdos, hablan de una adolescia vivida, perdida ante el “sinsentido de
la madurez en el futuro” y que van directo a nuestra sensibilidad más íntima y,
paradójicamente, universal.
Entre mis favoritos rescato “La vida
intermitente” y “Velocidad de los jardines” pues retoman el tema de la
imaginación como una herramienta poderosa, siendo la esperanza y la confianza
sus mejores acompañantes para desentrañar la complejidad de una realidad
sencilla. En sus relatos, siempre está presente el sueño y la necesidad de
buscarle una explicación a lo inconcebible, a esa idea concreta que sabemos que
está ahí pero que no se nos muestra.
«Con este libro ha sucedido algo extraño. Lo
tenía todo para ser olvidado y sin embargo, ya ves, no lo ha sido. Intentaste
construirlo con materiales nobles, para que dure. Es una conspiración de los
lectores; todo el mérito es suyo, de su constancia e interés. Has tenido mucha
suerte, otros no han tenido tanta. Ahora lo ves lleno de tiempo. Pletórico de
tiempo, otra vez nuevo», dice el escritor.
Es así como se construyen cuentos íntimos,
propios y universales, que forman parte de nuestro incosciente personal y
colectivo, pues se conforman de cuestiones intangibles. A veces no conocemos
qué es realmente eso que tanto anhelamos
y es por ello que Tizón nos demuestra que suele ser lo más corriente, mostrando
la imperiosa necesidad de conseguirlo, situando cada uno de sus relatos en la
parte de nosotros mismos que sueña, que idealiza, que desea y que ama, con
matices y dudas, siendo cada uno de los relatos de Velocidad de los jardines un
conjunto de preguntas sin respuestas. En definitiva, un libro precioso que me
ha enamorado y que se coloca entre mis favoritos de este año, pues es una oda a
la belleza y a la velocidad de la vida que el autor representa como un jardín,
que realza lo que como humanos, a veces, no somos capaces de explicar.
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